viernes, 2 de marzo de 2012

Siempre nos quedará don Quijote (III)

Continúa la aventura de don Quijote y Sancho en el palacio de los duques. Como por tierra se tardaría mucho en llegar a Candaya, la dueña Dolorida sabe que Malambruno enviará al caballo Clavileño al que deberán subirse don Quijote y Sancho para llegar volando a su reino.

 Al preguntarle Sancho por el nombre del caballo, Cervantes pone en boca de la dueña los nombres que no podría tener, incluido el de Rocinante (como dirá Sancho en seguida), lo que permite recordar los clásicos nombres de caballos literarios: Pegaso, el caballo de Belerofonte, Bucéfalo, el de Alejandro Magno, Brilladoro, el de Orlando furioso, Bayarte, el de Reinaldos de Montalbán, Frontino, el de Rugero, y Bootes y Pirítoo, los nombres de los caballos del Sol.

Cervantes sigue con sus constantes juegos metaliterarios, a la par que irónicos, pues los nombres de los caballos del Sol son una broma de la dueña Dolorida. La dueña quizá sabía que Pirítoo era hija de Ixión, padre de los centauros, y que estaba casado con Hipodama. Por su parte Bootes estaba emparentado con el buey. Esta idea vuelve a hacer patente la relación que existe entre la ficción y la realidad histórica.
El capítulo 41 se inicia con la tardanza de Clavileño y el enfado de don Quijote. Por fin llega el caballo, y los protagonistas deben subirse a él, lo que provoca el pánico de Sancho. Aparte de las súplicas de la dueña Dolorida, tiene que intervenir el duque en persona para convencer al escudero. La ínsula que le ha prometido no se moverá de su sitio, ni por supuesto la perderá; lo que tiene que hacer es cumplir con la aventura.
Don Quijote dice que desde la aventura de los batanes no había visto a Sancho tan nervioso. Apartándose con él le comenta que debe cumplir con la promesa de los azotes, pero Sancho le convence para retrasarlo. Acto seguido se suben al caballo, y don Quijote pide a la Dolorida que le cubra los ojos con un pañuelo.
El caballero recuerda al caballo de Troya, según la obra de Virgilio, pero la dueña Dolorida le dice que con este caballo no va a ocurrir nada malo. Durante los siguientes minutos, el caballo se mueve (Sancho tiene los ojos vendados, igualmente) y los héroes creen de verdad que están volando. Unos fuelles les dan aire y les proporcionan calor para sentir que están cerca del sol.

Mientras el caballero y el escudero hablan sobre el caballo, prenden fuego a la cola del caballo, y como el animal está lleno de “cohetes tronadores”, vuela por los aires y los arroja al suelo. Las dueñas han desaparecido, así como la mayor parte de la gente, y al recobrar los ánimos don Quijote y Sancho se encuentran un pergamino en una lanza clavada en el suelo, que les asegura que la aventura ya ha terminado.
En este punto se declara qué es el heroísmo. “El ínclito caballero Don Quijote de la Mancha feneció y acabó la aventura... con sólo intentarla”. El gigante se da por satisfecho y desde ese momento todos los encantamientos quedan anulados (incluido el de Dulcinea). Como Sancho “se está transformado” a su modo en don Quijote, relata a los duques las maravillas que ha visto por el rabillo del ojo mientras volaba encima de Clavileño, lo que lleva a asegurar a don Quijote que si quiere que le crea también debería creerle a él la historia de la cueva de Montesinos.

La intertextualidad que Cervantes dominaba a la perfección otorga verosimilitud a las escenas.

(Publicado por el Diario Progresista el 2 de Marzo de 2012).

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