El miedo puede llevar a no verte reflejado en el espejo de la
vida, incluso de que el espejo caiga roto en mil pedazos mientras se
clavan en una piel que pensábamos impermeable al sufrimiento. El
aislamiento y la soledad son terribles si no existe cierto control sobre
la existencia.
¿Cuál es la explicación de la
desaparición del espejo? ¿Quizá que no somos capaces de asimilar tanta
información que tenemos en nuestras manos, y sentir que hay un lugar en
el mundo para nosotros? Nos sabemos libres, pero a la vez prisioneros.
Ya no existe la esclavitud como tal, pero ha surgido una especie de
esclavitud “mental” que conduce a algunas personas al suicidio y a otras
a los sillones de los psiquiatras y psicólogos. Ahí radica parte del
mundo invisible del que hablaba Kafka en sus relatos, pero aplicado a
este momento.
¿Qué ocurriría si una mañana alguien tocara en tu puerta porque te
han denunciado por alguna cosa, y te metieran en la cárcel? ¿Y si el
banco donde tienes los ahorros de toda la vida se declarara en
suspensión de pagos, o el gestor de tu patrimonio te llevara a la ruina
por su desmedida ambición?
A pesar de los avances en todos los órdenes de la vida (por supuesto,
positivos), somos incapaces de construir mapas cognitivos que abarquen
el mundo en su totalidad y den sentido a la posición que ocupamos en el
mapa.
Ya no sentimos placer ante las flores mágicas y oníricas –seguramente
opiáceas- de Rimbaud ni los torsos griegos de Rilke y sus ángeles
carnales en busca de la consumación de una virtud paradisíaca. Ahora
sólo tienen valor los sujetos que han sido convertidos en objetos, y si
miramos hacia atrás nos encontramos con el Grito de Munch, que no representa otra cosa que la alienación, la ruptura y la soledad.
(Publicado en el Diario Progresista el 27 de septiembre de 2013)