Nos hablará de su obra, de su vida... Nacida en Sofía (Bulgaria), en 1947, Zhivka Baltadzhieva reside en Madrid desde 1990. Ha sido profesora de literatura en la Universidad Complutense y es autora de varios libros de poesía, escritos en búlgaro y español. Compone una poesía muy esencializada, construida a partir de elementos sencillos, pero vitales, y de la propia memoria, que se funde con el mito. Algunos críticos han encontrado en su poesía, atípica en la tradición literaria búlgara, una forma de expresión muy personal que fusiona lo hondo del Yo con el infinito, una voz lírica turbada y perturbadora donde los múltiples cambios operados en el significado de la palabra representan la metamorfosis desde su propio interior, un mundo que cambia de signo. Baltadzhieva escribe también ensayo, crítica literaria y guiones de cine documental, y ha traducido al español a algunos autores búlgaros, como Hristo Botev, Blaga Dimitrova o Antón Donchev. A su vez, ha vertido al búlgaro la mayor parte de los poemas de Federico García Lorca, así como sus Comedias imposibles. Ha colaborado en libros colectivos y publicaciones especializadas, y su labor creadora ha sido distinguida con premios nacionales e internacionales.
Este es uno de los poemas de su libro "Fuga a lo real".
"Sentada en un banco en la sombra,
en la plaza empedrada de la iglesia de San Demetrio,
en Sliven, mi ciudad, mi paisaje genético,
siento el sol y el aguacero
de lo que ya ha pasado, de lo que pasará.
Aunque nunca pudo ser pronunciado mi amor
y tampoco mi amargura,
las nubes, los árboles, las blancas paredes de las casas
de antaño,
los nuevos edificios de cristal y plásticos inteligentes,
las pequeñas flores que burlan el pavimento,
los sobresaltados pájaros del horizonte,
los transeúntes y los ausentes
silabean su fervor sin darse cuenta.
Solo que la piel de la vida y de la muerte se eriza.
Y entonces, el aire sopla levemente
y apacigua el paisaje".
"Sentada en un banco en la sombra,
en la plaza empedrada de la iglesia de San Demetrio,
en Sliven, mi ciudad, mi paisaje genético,
siento el sol y el aguacero
de lo que ya ha pasado, de lo que pasará.
Aunque nunca pudo ser pronunciado mi amor
y tampoco mi amargura,
las nubes, los árboles, las blancas paredes de las casas
de antaño,
los nuevos edificios de cristal y plásticos inteligentes,
las pequeñas flores que burlan el pavimento,
los sobresaltados pájaros del horizonte,
los transeúntes y los ausentes
silabean su fervor sin darse cuenta.
Solo que la piel de la vida y de la muerte se eriza.
Y entonces, el aire sopla levemente
y apacigua el paisaje".