sábado, 22 de octubre de 2011

Rilke en La Mancha (II)

Después de la comida, reanudamos la marcha camino de Villamayor de Calatrava. Nos esperaban a las cinco de la tarde, en la Plaza Mayor, para comenzar las reivindicaciones poéticas de personajes "tan poco conocidos" como Pablo Neruda, Pablo Iglesias y Enrique Tierno. Seguí leyendo la Décima Elegía de Rilke.

Este poema tiene muchas interpretaciones. Sus versos son resbaladizos, pero nunca pierden su afán modernista. En ellos se nota el poder de la autodestrucción, de la inmolación del autor en la propia obra. Es la búsqueda del sentido de la muerte, del individuo situado en el espacio y el tiempo.
No tardamos en encontramos con el ángel y la noche. El ángel está fuera de la vida y de la muerte, y se puede comparar con el “ciprés” de Valéry. No existen referencias a la mitología judeo cristiana, sino que domina una visión pre cristiana, con el magisterio de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.

“Sólo los muertos jóvenes, en la primera condición
de serenidad atemporal, la deshabituación, la siguen
con amor. Ella aguarda a las chicas y se hace amiga
de ellas. Silenciosamente les muestra lo que lleva
consigo. Perlas de dolor y los finos velos
de la tolerancia. Con los muchachos camina
en silencio.

Pero ahí, donde viven, en el valle, una Lamentación,
una de las más ancianas, se encarga del muchacho, cuando
él pregunta: -Nosotras éramos, dice ella, una
gran familia, nosotras, las lamentaciones. Los padres
trabajaban en la minería, ahí en la gran montaña:
entre los hombres, a veces encuentras un pedazo
de dolor original, pulimentado, o lascas de ira
petrificada del viejo volcán. Sí, esto venía de ahí.
Alguna vez fuimos ricas.

Y ella lo conduce ligeramente a través del amplio paisaje
de las lamentaciones, le muestra las columnas
de los templos y las ruinas de los castillos, desde donde
antiguamente, los príncipes de las lamentaciones
con sabiduría gobernaban el país. Le muestra los altos
árboles de las lágrimas y los campos de la florida
melancolía. (Los vivos sólo la conocen como follaje
tierno.) Le muestra los animales del duelo, paciendo,
y a veces, un pájaro se espanta, y traza en el espacio,
volando bajo, frente a ellos, de través, al ras
de su mirada, la imagen escrita de su grito solitario.
Al atardecer lo lleva a las tumbas de los ancianos
de la familia de las lamentaciones, las sibilas
y los señores del consejo. Pero se acerca la noche,
así que caminan más quedo, y pronto se levanta, lleno
de luna, el monumento funerario, que vela sobre todas
las cosas. Es hermano de aquélla del Nilo, la sublime
esfinge: rostro de la cámara callada. Y se asombran ante
la cabeza coronada, que para siempre, silenciosamente,
ha puesto el rostro de los hombres sobre la balanza de las estrellas.

(continuará)

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