martes, 5 de junio de 2012

"Las mentiras inexactas" en ARN digital, por Juristo


cultura/sociedad

MARTES, 5 DE JUNIO DE 2012

Justo Sotelo: la metaficción es otra cosa

Juan Ángel Juristo / Madrid

Conocí a Justo Sotelo, quiero decir frecuenté su amistad, al mismo tiempo que su obra, fue cuando le reseñé para ABC, y la novela que leí de él, ‘La paz de febrero’, de la que recuerdo me pareció una obra que para ser primera revelaba a un autor experimentado. Luego me di cuenta de que no era tan primerizo, había publicado dos, yo no lo sabía pero como no quise quitarme el placer de la sorpresa no me di por enterado. De aquella falsa primera novela resalté variados motivos pero el que más me interesó fue el de la creación de un antihéroe muy peculiar, un héroe frío, frase referida a Eneas que me gustó mucho y en ese sentido sentí que el libro era deudor de una serie de héroes modernos, que podían ir desde Mersault, de ‘El Extranjero’, de Camus, hasta el Stephen Dedalus de ‘El Retrato…’, de Joyce hasta el de algunos de las novelas norteamericanas de preguerra, en especial me fijé en Dos Passos y Faulkner, esos personajes a medio camino entre la virtud y la tara más absoluta.

‘Entrevías, mon amour’, fue su siguiente novela y la reseñé también, y gusté de ella, incluso creo recordar que la presenté en una librería junto a Marta Sanz en Vallecas un día frío pero, no recuerdo la razón, bello. Esta novela me sorprendió menos que la anterior pero sólo por una razón: ya conocía al autor, quiero decir, al Justo Sotelo que escribe y su frecuentación impide la sorpresa, pero no la admiración. De aquel libro destaco su equilibrio, algo esencial en una narración, que siempre creo es lo que define a una buena novela, entre historia, forma, estilo y tono, y, tengo que reconocerlo, esperaba con ganas la siguiente novela para ver por donde nos salía esta vez. Tengo que decir que, en medio, a Justo le dio por hacer una tesis doctoral y la hizo sobre Murakami, autor que a él le fascina y a mí no, y recuerdo como insistía cada vez que nos veíamos sobre las cualidades del autor japonés que hace footing. Yo callaba porque cuando un autor te gusta poco, poco tienes que decir.

Pero los caminos de la literatura, más aún que los del Señor, son inescrutables. Me habló de que estaba escribiendo una novela y que tenía en mente a Murakami y su tesis. Como no tenía nada que decir, nada dije, pero en secreto me azuzó la curiosidad sobre leer tamaña narración. Bueno, hace pocos días que la he leído, se titula ‘Las mentiras inexactas’, la ha publicado bellamente una editorial nueva, Izana, lo que siempre reconforta y hace buenas las locuras en tiempos de apariencia tan racional y calculadora, y me ha sorprendido una vez más, de nuevo. Tanto, que he vuelto a experimentar esa justa carga de goce al leerla y ello por variados motivos que escapan al discurso literario pero que tiene que ver con la exacta valoración de una obra de arte. Tengo que decir que a mí las novelas de metaficción me gustan relativamente, por varios motivos. Desde luego porque hacen creer al lector que su cultura es superior a la media, por aquello de las citas que contienen y luego, uno casi nunca sabe muy bien cuando empieza la intertextualidad y cuando el texto mismo. Es cierto que hay autores de metaficción y autores. Por ejemplo, Umberto Eco utiliza la metaficción de una manera muy inteligente, como es él, claro, y su último libro, ‘El cementerio de Praga’, bien puede decirse que es todo él una metaficción guiada por la novela de folletón decimonónica. Hay otros casos, como ‘Noir’, de Robert Coover, donde los guiños al cine, la novela negra y los argumentos del ‘thriller’ son tan constantes que la narración en si vale por toda un ensayo sobre metaficción. En casos como el de Coover, tengo que decir, se encuentran los límites de este modo de narrar. Un paso más allá y ya se desvanece el placer del texto.

Cuando comencé esta novela de Justo Sotelo supe que estaba ante una novela de metaficción, pero hasta cierto punto. Añadiría que se puede considerar así porque es un libro sobre literatura, sobre su destino, sobre su origen también y, claro, tenía que salir la metaficción, pero en una medida que salva lo que es una narración al uso desde el primer momento. Es su mayor hallazgo, también su honestidad más clara, porque hay que decir que Justo es un autor honesto, y con ello quiero decir honesto consigo mismo, y si no hubiese pensado que la narración tiene que ser salvarguardada en lo que tiene de específica, no lo hubiera hecho.

Yo, desde luego, si tuviera que definir esta novela preferiría hablar de una novela de amor pasión, entre un hombre y una mujer, entre un librero de edad más que mediana y una investigadora de la literatura, que de una narración de metaficción. De amor entre un hombre y una mujer y de una pasión, la literatura. Tanta, que el autor llega a juntar una serie de correspondencias admirables, Nora la investigadora, Norah Lange, el amor de Jorge Luís Borges que le quitó Oliverio Girondo, haciendo el amor más insondable aún si cabe, desde luego la Nora de Ibsen, desde luego la Nora que cita Joyce en un bello cuentecito que tiene sobre Trieste y una alumna de la que se enamoró cuando le daba clases de inglés en esa ciudad, pero también a gentes como Luis García Montero y Javier Lostalé, amigo común, en fin, una apoteosis del hecho literario que llega a su culmen al final del libro, en una escena tan enorme que a mi me recordó un poco la escena del camarote de la película aquella de los Hermanos Marx que no pienso citar por conocida hasta la falta de estímulo.. Hay un instante en ese capítulo en que parece que nadie más puede caber. Por aparecer aparece hasta María Kodama. Tengo que decir que la novela, al contrario que el camarote, no se desborda.

Finalizaría señalando una cualidad de esta novela que, creo, puede ser pasada por alto. Y es la bella suspensión en el tiempo que produce la enumeración de objetos a lo largo del libro. Le dije al autor que una de las cosas que más me había gustado del libro era esa enumeración, tengo que decir que soy un amante de las listas literarias, que me recordaba a algunas que hace Georges Perec, un autor por el que siento predilección. De ahí que termine recomendándoles a ustedes, hipócritas lectores, mis semejantes, mis hermanos, que lean la primera página de esta novela. No dejarán de leer. Les esperan unas doscientas más.
 

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