viernes, 13 de julio de 2012

Todos no somos culpables de la crisis (I)

La situación actual se caracteriza por una globalización económica que está originando la quiebra de los derechos humanos. El planeta se ha convertido en un mercado donde sólo los más competitivos logran prosperar. Es evidente que la mayor especialización y el incremento de la productividad aumentan la renta y el empleo; sin embargo, para muchos estas palabras quedan fuera de su mundo.

El poder, la cultura y los bienes en general son acumulados por una pequeña parte de la población, que no acepta el reparto con los demás. Se rompe el óptimo paretiano, tanto en sus componentes productivo y consuntivo, como de intercambio: el deseo de acumular más, aunque los demás tengan menos y, por supuesto, salgan perjudicados en el reparto.

Los sistemas de comunicación se han vuelto tan eficaces que dan lugar a una serie de instrumentos crediticios muy eficientes. Junto a ello los inversores institucionales y los departamentos de operaciones de los bancos internacionales han contribuido a provocar continuas oscilaciones de los mercados, que además son conocidas por ellos mucho antes. Teniendo en cuenta que las crisis económicas se caracterizan por su acelerado efecto mimético, los grupos de poder reaccionan ante las mismas antes de que lo puedan hacer los “policy makers” con sus políticas económicas propias. Así, en días o incluso en horas, ya se cambiado de ciclo.

Un buen ejemplo de lo apuntado fue la crisis iniciada en Tailandia en el verano de 1997, y que se extendió rápidamente a buena parte de Asia, Sudamérica y África, y acabó relacionándose con la crisis rusa. Las instituciones financieras y los administradores de fondos titulares de deuda, entre otros, procedieron a vender los medios de pago, lo que provocó una devaluación acelerada e intensificó los problemas para restituir la deuda. Los especuladores contribuyeron a una crisis más profunda y persistente. Ante las pérdidas producidas en el continente asiático, comenzaron a realizar sus activos en Sudamérica, lo que trasladó la crisis a otros países.

El proceso que están viviendo las economías en los últimos años ha originado una perspectiva de dinámica caótica asociada a unas crisis financieras que cada vez parecen ser de más alcance. Tal apariencia no puede hacer olvidar que la función esencial del sistema financiero internacional es captar el ahorro mundial y canalizarlo hacia la inversión.

El hecho de formar parte del mercado único europeo desde el 1 de enero de 1993, del Espacio Económico Europeo un año después o de la Europa del euro desde el 1 de enero de 1999, supone para los países integrantes claras ventajas, que van desde la doble conquista de soberanía e identidad, o la posibilidad de contar con un instrumento de control de la globalización, hasta asumir una política económica que rechaza la sumisión frente a los movimientos irracionales del mercado.

Pero estos países también tienen que asumir el lado de las sombras, las que devienen de la aceptación de un capitalismo que inclemente, y en cuyo seno existe lo que se compra o lo que se vende, pues para todo hay un precio.

3 comentarios:

  1. El deseo de acumular más aunque los demás tengan menos. Simple pero devastador.
    Un saludo
    Juan Manuel Rodríguez

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  2. Celebro que lo compartas. Un saludo. Justo

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