sábado, 23 de marzo de 2013

Don Juan y la bohemia


"Don Juan y la bohemia".

Con este relato, que parece una pequeña obra de teatro, que publica hoy la revista Tarántula, reflexiono sobre la inspiración artística. Para eso meto a Don Juan en la buhardilla de los bohemios de la ópera de Puccini.

Don Juan y la bohemia


Don Juan y la bohemia
CAPITULO I (ACTO I)
ESCENA 1ª. Gabriel Relham y bohemios, en una vieja buhardilla de la Calle Atocha de Madrid.
            Una chimenea que languidece, una escalera que sube a alguna parte, un mueble medio roto, mesas con botellas, cuadernos, cuartillas y varios ordenadores. Gabriel Relham lleva un vaquero azul desgastado y una camisa negra de algodón de Future Casual. Rodolfo y Marcello están vestidos por Cerruti, con chaquetones de corte militar y doble trabilla, camisas coloniales y zapatos bicolores. Mimí lleva un vestido de Nina Pomellato, sandalias de Valentino y collar de Chanel, y Mussetta uno de J + G con volantes, pendientes de plumas de Carmina Rotger y sandalias de Hugo Boss.
         Me viene a la memoria el Che gelidamanina, pero ella no me responde con simplicitá; clava sus labios en mis orejas y las desgarra hasta que la sangre nubla las butacas. La música corre desbocada y nubla mis sentidos. Cierro los ojos. Mis entrañas penetran en sus sueños de cartón y se desvanecen las cien mil vírgenes. A intervalos, como asustados, escucho unos silbidos. Fijo mis ojos en el escenario. Mimí enlaza con sus dedos mi pelo, lo besa y susurra algunas palabras que no consigo entender.
         Dejo de escribir. Levanto la tapa y cojo la foto de Elvira. (Alguien escribió sobre la sensibilidad pervertida y me ofreció la coartada para añorar lo que antes debo destruir).
         Musetta se acerca desde su lugar preferido del Café Momus. Me pide que baile con ella, pero soy incapaz de dar dos pasos seguidos. Marcello, que acaba de atarse los cordones de los zapatos al fondo del escenario, me sustituye sonriente. Rodolfo apaga las luces, coge a Mimí de la mano y se escapa con ella. Es otro momento imprescindible, el del ruidoso desfile militar, y un nuevo estado de ánimo que abre las puertas de la fantasía, con el corazón desbloqueado, toc, toc. Estamos en invierno y somos pobres, aunque no hayamos cambiado mucho desde entonces. Ahora el dúoes patético y tanto Mimí como Rodolfo se pierden por el borde de la página. La orquesta se rebela con sus deseos de posteridad.
         Si yo fuera príncipe absoluto necesitaría conocer los asuntos de los idiotas que aparecieran por mi reino.
         Rataplán. Rataplán.
         Toc. Toc.
            (Se apaga esa parte del escenario y se enciende la otra).
Teatro real
El Teatro Real de Madrid.
ESCENA 2ª. Gabriel Relham, Elvira, Luis, Alfredo y Ruth.
         En el Teatro Real, unas horas antes. Gabriel Relham, Luis y Alfredo visten de esmoquin. Elvira lleva un top de MakusHuemer y medias de Custo, y Ruth una chaqueta con cremalleras y shorts de Jil Sanders.
         – ¡Este hombre sigue increíble a pesar de la edad! -exclamó Elvira Gómez, la ex mujer de Relham.
         – Ella tampoco ha estado mal… -dijo Luis Erquiaga, amante actual de Elvira.
         – ¡Francamente geniales! -dijeron a dúo Ruth Méndez y Alfredo Carrizo, la pareja de empresarios que había sacado a Relham del anonimato.
         – Con esa música uno es capaz de enamorarse, aunque sólo sea de sí mismo -dijo Relham.
         – ¿Decías? -dijo Alfredo.
         – Gabriel pensaba con la bragueta abierta… -acudió Elvira en su ayuda.
         – Tenemos que montar alguna ópera -dijo Alfredo a su mujer-. Desde luego Bellini o Donizetti… Estoy harto de experimentos vanguardistas. Es esa manía de insistir en la perversión de la realidad.
         – O te encuentras un retrete en medio del escenario -le dio Luis la razón.
         – Será por lo de los emigrantes que se ríen de su patria -dijo Relham, sujetándose las gafas con la mano.
         – Prefiero cualquier obra tuya -dijo Elvira.
         – Y nosotros lo celebramos… -volvieron Ruth y Alfredo haciendo como que se miraban, como que se besaban con la mirada, como que se querían, como que todavía se querían.
         Rataplán.
         Toc, toc.
         (Nuevo cambio de luces).

ESCENA 3ª. Gabriel Relham y Don Juan.
         En la vieja buhardilla. Don Juan lleva un pantalón de judo de Exte y una camisa con estampados de figuras geométricas bajo los copos de nieve artificial.
         Me quito la chaqueta y luego lanzo la pajarita sobre la glasharmónica. Instintivamente voy rompiendo las hambrientas bocas de cristal.
         – ¡Deberías arrepentirte! -exclama Don Juan-. No puedes destrozar las cosas que te dan de comer…
         – No soporto a Mozart, ya lo sabes.
         – Yo tampoco, qué te has creído, pero yo no le debo nada, como tampoco te lo debo a ti… Así que tranquilízate, procura arreglar ese cacharro y vuelve a ponerte la pajarita. Tus amigos no tardarán en llegar.
         – Es cuestión de un poco de práctica o buena voluntad. No vale de nada ser rico si no se es capaz de aparentarlo.
         – Deja que me ría. Soy el mejor personaje que has creado. Me debes la vida. Podría acabar contigo en cualquier momento. Así que ten cuidado con lo que dices y lo que sientes. Yo también nací en febrero, una madrugada de tiros y vocerío, de orejas como radios y reyes como salvadores.
         – Ya conoces esa manía que tengo de instalar una ventana en el pecho de cada hombre para conocer sus secretos.
         – No creas que no te entiendo. A mí también me hubiera gustado nacer desde el huevo, en un día con pelos y señales y una casa parecida a la tuya, quizá en invierno, casi en primavera, pero reconozco mis limitaciones. La luz, la leche, el sueño, el llanto. La noche y el día, el amor y el aburrimiento. La costumbre.
         Rataplán. Rataplán.
         (Luces).
Don Juan Dalí
Don Juan Tenorio visto por Dalí
ESCENA 4ª. Gabriel Relham, Elvira, Luis, Alfredo, Ruth, Gaspar y Petronio.
         En el Teatro Fausto, unos meses antes. Los cinco hombres visten trajes negros de lino de Francisco Valiente. Elvira lleva una chaqueta de piel y una minifalda de Costume Nacional, y Ruth un vestido dorado con cuello sideral y tejido metálico de Jeremy Scott.
         Gabriel Relham sonreía satisfecho a medida que caía el telón; se cerraba de esa forma el primer acto de su obra: “La verdadera historia de Don Juan encadenado”.
         Algunos espectadores ya comenzaban a mostrar su sorpresa ante una comedia dramática -así es como la había calificado el propio creador en una entrevista publicada enEl Nuevo Madrid-, cuyo argumento giraba en torno a problemas trasnochados: que si la dicotomía entre el bien y el mal, la disolución de la familia o el amor entre padres e hijos. Otros habían abandonado la sala, “para no volver”, se les había escuchado antes de salir.
         Elvira Gómez se acercó a Relham; se la veía preocupada.
         – Tu obra está pasada de moda -dijo escéptica.
        – Así es como veo las cosas -se encogió él de hombros-. Y dime qué significa pasado de moda. ¿De qué moda? ¿De la que todavía no ha llegado?
         – Ya no quedan patos salvajes a los que ajustar las cuentas.
         – A la mayoría de los espectadores parece gustarles.
         – Estás perdiendo las ganas, querido, la fuerza de tus primeras obras, que nos dejaba a todos con la boca abierta, o al menos con ganas de pensar. Aquí ya sabemos que ese tipo (ese cursi de Don Juan, que para más inri has encadenado a un título absurdo) va a regresar a su casa, después de su escapada nocturna, algo que puede sonrojar al más espectador más ingenuo.
         – Es una forma como otra cualquiera de arrepentirse de sus pecados.
         – ¿Quieres que consiga una virgen en una casa de putas de postín, es eso lo que te preocupa?
         – Quizás me haya expresado mal, o quizás seas tú la que se equivoque. La sociedad es más conservadora de lo que crees. Don Juan sabe que su mujer y sus hijos, incluso sus amigos, le van a buscar por todas partes, porque sabe que le necesitan, que en estos tiempos triunfa la soledad forzada.
         – ¿Me hablas de un Otelo negro y bruto con ganas de sangre más que de amor?
         – Un escritor debe intentar cambiar el mundo, o si no dedicarse a otra cosa. Antes estaba cansado de decírtelo, tal vez porque era más joven.
         – Eso era lo que me decías para que me enamorara de ti. Y lo mejor es que entonces conseguiste convencerme.
         – ¿De lo primero o de lo segundo?
         – Por lo de la mano izquierda más cerca del corazón, a eso me refiero.
         Elvira Gómez no pudo seguir con sus peticiones, pues la interrumpió Alfredo Carrizo, el dueño del teatro.
         – Bien, hijo mío, bien…, has conseguido alejar a esos progres que se las dan de intelectuales. ¡Sencillamente genial! ¡Là ci darem la mano!, aunque esté helada.
         Elvira no pudo evitar una sonrisa.
         – Será mejor que pasemos al bar -dijo ella-, Ruth nos espera. ¿Vamos entonces?
         Ninguno de los tres se percató de que Petronio, el actor que interpretaba al protagonista de la obra, besaba a Ruth entre decenas de cabezas. Poco después el actor se retiraba a su camerino con los ojos bañados en lágrimas.
         – ¡Interesante obra, sí señor, muy interesante! -exclamó Ruth antes de besar a Relham en la boca-. Progresas con rapidez.
         DON JUAN (que ha permanecido sentado en una butaca, sin moverse. Su ropa está sucia).- Señores del jurado, déjenme explicarles… ¡Esperen antes de pronunciarse! ¡Un momento! ¿Regresar a la vida de siempre? Esa es la pregunta, estoy seguro, pero ¿para qué? ¿Para seguir con el mismo aburrimiento, con las preocupaciones de siempre, con las muestras de cariño hacia esos hijos que ni me conocen ni creo que quieran hacerlo? El mismo trabajo y las mismas películas y los mismos libros y conciertos y fines de semana y vacaciones y bodas y bautizos. Regresar, volver. Hermosas palabras, y el beso y la boda y el nacimiento y el bautismo.
         – Todavía no comprendo cómo has tenido valor para separarte de él -Ruth apenas susurraba al oído a Elvira en el palco-. Gabriel es un estupendo escritor.
         – Quizá porque sus historias de ficción le interesan más que yo.
         – Luis Erquiaga está disponible para servirte de acompañante, ¿me equivoco?
         – Tú nunca te equivocas, ya lo sé.
         – Recuerda que conocí a Gabriel antes que tú, que me lo llevé a la cama antes que tú, que escribió para mí mucho antes de que tú lo atontaras con tu falsa cultura de los suplementos dominicales de los periódicos.
         – Y que lo dejaste antes que yo. Lo recuerdo perfectamente, y más desde que decidí imitarte.
         – Me hubiera gustado no hacerlo, pero estoy casada con uno de los hombres más ricos de este país. Gabriel y yo sólo podíamos ser amantes.
            (Luces).
mujer desnuda
“Los blancos pechos de una mujer no necesitan saber idiomas”
ESCENA 5ª. Gabriel Relham y bohemios.
         En la buhardilla. Colline y Schaunard también están vestidos por Cerruti, aunque en lugar de chaquetones llevan abrigos de paño envejecido.
         COLLINE.- Hoy es sin duda el día anterior de mañana y el día posterior de ayer. Estuvimos, no estamos, ni somos, salvo cuando no creemos ser.
         SCHAUNARD.- ¡Ilumina, Driade, las esquinas de este reino y que el silencio y la oscuridad despejen el camino a la música!
         RODOLFO.- Los blancos pechos de una mujer no necesitan saber idiomas. ¡Rindamos culto a la belleza! La vida no es otra cosa que su infructuosa búsqueda.
         MARCELLO.- ¡Arrumbad con vuestra savia la sangre yerta del arte viciado y moribundo! ¡Viva la menstruación incansable!
         (Luces: los personajes empiezan a hablar entre ellos).
         MARCELLO (da brochazos sin parar en un lienzo). ¿Qué sería la vida sin constancia? Desde luego más cómoda, pero el arte…
         RODOLFO.- Te olvidas de la inspiración.
         MARCELLO.- ¿Eso lo dice un poeta muerto de hambre? Los míos son egipcios, espero que te enteres de una vez.
         RODOLFO.- Creía que eran iraquíes.
         SCHAUNARD.- Esos soldados no llevan armas…
         MARCELLO.- Mis soldados no saben luchar.
         COLLINE.- ¡Bonus mentis est virtus!
         RODOLFO.- Prefiero un buen polvo. No son buenos tiempos para las guerras.
         SCHAUNARD Y COLLINE (luego se les une Marcello).- ¡Tarará! ¡Tarará! Ta, ta, ta. ¡Tarará! ¡Tarará! (se ponen a bailar).
         RODOLFO.- Nos faltan mujeres, es cierto.
         COLLINE.- Ya dijo Montesquieu que no es de caballeros beber solos.
         Rodolfo se acerca al mueble desvencijado; abre una de sus puertas, que cae al suelo; toma una botella de vino.
         MARCELLO.- ¡Ahí está, ya lo veo, ahí tenéis el Mar Rojo, la única y posible representación de un mar muerto!
         COLLINE.- A quien veo es a Gabriel, haciendo el primo, es decir, intentando escribir su novela.
         RODOLFO.- Y lo tiene difícil.
         MARCELLO.- Aún no ha encontrado el verdadero amor.
         SCHAUNARD.- El amor…
         LOS CUATRO.- Brindemos por el amor, todos para él y él para todos.
         MARCELLO.- Dios creó la luz el primer día, casi nada más abrir los ojos, pero también los planetas, y los animales y las plantas, y al hombre y a la mujer.
         SCHAUNARD.- El segundo día descansó, pues estas cosas hay que tomárselas con calma.
         COLLINE.- Beethoven, Mahler, Shakespeare y Cervantes nacieron el tercero.
         RODOLFO.- Y el amor lo hizo el cuarto día…
         RELHAM.- Definir el amor, buena idea, sí, por qué no, tal vez sentirlo, sí, quizás tengáis razón, desear el deseo. A lo mejor todo esto no es otra cosa que un parque de Luxemburgo, algún personaje de novela o de teatro. Y esa necesidad de crear, que es casi más fuerte que la belleza de la página completa. Don Juan, la música, el sexo, los remordimientos y la culpa. El recuerdo de Elvira, su foto, esa realidad que tengo que destruir para no olvidarla. Deletreo su rostro, las facciones de su rostro. El rostro de Elvira. Las facciones. Mi alma. Deletreo mi alma.
         (Luces. Cae el telón).