El origen de los teatros modernos de Europa no se encuentra ni
entre los árabes ni en el mundo provenzal. Las aportaciones en
matemáticas, historia y medicina fueron esenciales en el caso de los
árabes, pero no sucedió lo mismo en el terreno del diálogo. Por otra
parte, la hermosa poesía amorosa de los trovadores no tiene nada que ver
con el hecho teatral.
Las farsas y escenas grotescas
empezaron a proliferar tanto dentro como fuera de las iglesias, hasta
que Inocencio III las prohibió en el siglo XIII. Ya se estaba
produciendo una mezcla en la península entre castellanos, aragoneses,
árabes y judíos, con las actuaciones de los juglares como divertimento.
Las representaciones sagradas pasaron de Italia a España años antes, en
torno al siglo XI.
Moratín señala que: “las fiestas eclesiásticas fueron en efecto las
que dieron ocasión a nuestros primeros ensayos en el arte escénica: los
individuos de los cabildos fueron nuestros primeros actores, el ejemplo
de Roma autorizaba este uso, y el objeto religioso que le motivó
disipaba toda sospecha de profanación escandalosa” (p.12). Se refiere
con ello a las acciones tomadas de la Biblia e incluso a los evangelios
apócrifos, con la mezcla entre la alegoría y la historia, cosa que a
Moratín no le agradaba.
A pesar de la falta de testimonios, escribe que, en sus orígenes, el
teatro español “se aplicó exclusivamente a solemnizar las festividades
de la iglesia y los misterios de la Religión: que las piezas se
escribían en castellano y en verso: que se representaban en las
catedrales, adornadas con la música de sus coros, y que los actores eran
clérigos, como también los poetas que las componían” (p.13).
A continuación menciona a grandes autores y obras, aunque no tuvieran
nada que ver con el arte de la escena, como D. Juan Manuel y su Conde
Lucanor, a Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, las obras del conde de
Ribagorza y Pedro González de Mendoza, apuntando que la interpretación
de sus composiciones se acompañaba con música.
Y ofrece una fecha singular, la de 1360. “Reinando en Castilla el rey
D. Pedro, se empezaron a ver (además de los dramas destinados al uso de
las iglesias) algunas otras composiciones teatrales; y existe una que
se ha creído de aquel tiempo, en que su autor supo reunir el baile, la
música instrumental, la declamación y el canto” (p. 16). Sería la más
antigua de las obras que se representaban en los templos, lo que la hace
única, al menos en su opinión.
Las obras de los grandes escritores van llegando a España, como
serían los casos de Güido Cavalcanti, Dante y Petrarca, y su influencia
empezó a notarse claramente. Las creaciones de los eclesiásticos
empezaron a tener competencia con otro tipo de obras líricas de cierto
contenido teatral. La siguiente mención a una obra del marqués de
Villena (para la coronación del rey de Castilla como rey de Aragón) es
importante. Las obras de Juan de Mena se mencionan acto seguido en el
estudio de Moratín, así como las del marqués de Santillana y Rodrigo de
Cota (con Un diálogo entre el amor y un viejo, una pieza representable).
La época de los Reyes Católicos marcó un punto de inflexión en esta
historia de los orígenes del teatro español, ya que comenzó el llamado
teatro renacentista. Es el momento de Juan del Encina, con unas obras
que gustaron tanto a los cortesanos como al pueblo, e incluso de
Fernando de Rojas y su Celestina.
La alusión a la invención de la imprenta tiene también su lugar en el
discurso de Moratín, al igual que el trabajo de Cisneros y la
Universidad Complutense. Moratín también menciona las ocho comedias de
Torres Naharro, del que dice que “apartándose de la manera tímida de
componer que Juan de la Encina había seguido, dio a sus comedias mayor
interés y extensión; las dividió en cinco jornadas, aumentó el número de
los personajes, y pintó en ellos caracteres y afectos convenientes a la
fábula, adelantó el artificio de la composición, y sujetó algunas de
sus piezas a las unidades de acción, lugar y tiempo” (pp. 29 y 30).
Moratín menciona a Díaz Tanco, que escribió tres tragedias que se han
perdido, las comedias de Castillejo y las traducciones de Plauto, y
luego se refiere a la perversión de unas obras que parecía que iban por
buen camino hasta que se desviaron por varios motivos, entre los que
destacaba el olvido de las humanidades en las universidades, el hecho de
que los siguientes reyes no valorasen en exceso las obras poéticas, y
menos aún el teatro o el triunfo de las fantasías de los libros de
caballerías que tanto éxito tenían entre el público lector y
convertían la verosimilitud de las obras de teatro en algo minoritario.
Cuando los autores de teatro decidieron hacer obras más del gusto
popular, introduciendo hechos fantásticos e inverosímiles, contribuyeron
a corromper el arte de la escena.
(Publicado en el Diario Progresista el 26 de abril de 2013)