viernes, 26 de abril de 2013

Los orígenes del teatro español (2)

El origen de los teatros modernos de Europa no se encuentra ni entre los árabes ni en el mundo provenzal. Las aportaciones en matemáticas, historia y medicina fueron esenciales en el caso de los árabes, pero no sucedió lo mismo en el terreno del diálogo. Por otra parte, la hermosa poesía amorosa de los trovadores no tiene nada que ver con el hecho teatral.

Las farsas y escenas grotescas empezaron a proliferar tanto dentro como fuera de las iglesias, hasta que Inocencio III las prohibió en el siglo XIII. Ya se estaba produciendo una mezcla en la península entre castellanos, aragoneses, árabes y judíos, con las actuaciones de los juglares como divertimento. Las representaciones sagradas pasaron de Italia a España años antes, en torno al siglo XI.

Moratín señala que: “las fiestas eclesiásticas fueron en efecto las que dieron ocasión a nuestros primeros ensayos en el arte escénica: los individuos de los cabildos fueron nuestros primeros actores, el ejemplo de Roma autorizaba este uso, y el objeto religioso que le motivó disipaba toda sospecha de profanación escandalosa” (p.12). Se refiere con ello a las acciones tomadas de la Biblia e incluso a los evangelios apócrifos, con la mezcla entre la alegoría y la historia, cosa que a Moratín no le agradaba.

A pesar de la falta de testimonios, escribe que, en sus orígenes, el teatro español “se aplicó exclusivamente a solemnizar las festividades de la iglesia y los misterios de la Religión: que las piezas se escribían en castellano y en verso: que se representaban en las catedrales, adornadas con la música de sus coros, y que los actores eran clérigos, como también los poetas que las componían” (p.13).

A continuación menciona a grandes autores y obras, aunque no tuvieran nada que ver con el arte de la escena, como D. Juan Manuel y su Conde Lucanor, a Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, las obras del conde de Ribagorza y Pedro González de Mendoza, apuntando que la interpretación de sus composiciones se acompañaba con música.

Y ofrece una fecha singular, la de 1360. “Reinando en Castilla el rey D. Pedro, se empezaron a ver (además de los dramas destinados al uso de las iglesias) algunas otras composiciones teatrales; y existe una que se ha creído de aquel tiempo, en que su autor supo reunir el baile, la música instrumental, la declamación y el canto” (p. 16). Sería la más antigua de las obras que se representaban en los templos, lo que la hace única, al menos en su opinión.

Las obras de los grandes escritores van llegando a España, como serían los casos de Güido Cavalcanti, Dante y Petrarca, y su influencia empezó a notarse claramente. Las creaciones de los eclesiásticos empezaron a tener competencia con otro tipo de obras líricas de cierto contenido teatral. La siguiente mención a una obra del marqués de Villena (para la coronación del rey de Castilla como rey de Aragón) es importante. Las obras de Juan de Mena se mencionan acto seguido en el estudio de Moratín, así como las del marqués de Santillana y Rodrigo de Cota (con Un diálogo entre el amor y un viejo, una pieza representable).

La época de los Reyes Católicos marcó un punto de inflexión en esta historia de los orígenes del teatro español, ya que comenzó el llamado teatro renacentista. Es el momento de Juan del Encina, con unas obras que gustaron tanto a los cortesanos como al pueblo, e incluso de Fernando de Rojas y su Celestina.

La alusión a la invención de la imprenta tiene también su lugar en el discurso de Moratín, al igual que el trabajo de Cisneros y la Universidad Complutense. Moratín también menciona las ocho comedias de Torres Naharro, del que dice que “apartándose de la manera tímida de componer que Juan de la Encina había seguido, dio a sus comedias mayor interés y extensión; las dividió en cinco jornadas, aumentó el número de los personajes, y pintó en ellos caracteres y afectos convenientes a la fábula, adelantó el artificio de la composición, y sujetó algunas de sus piezas a las unidades de acción, lugar y tiempo” (pp. 29 y 30).

Moratín menciona a Díaz Tanco, que escribió tres tragedias que se han perdido, las comedias de Castillejo y las traducciones de Plauto, y luego se refiere a la perversión de unas obras que parecía que iban por buen camino hasta que se desviaron por varios motivos, entre los que destacaba el olvido de las humanidades en las universidades, el hecho de que los siguientes reyes no valorasen en exceso las obras poéticas, y menos aún el teatro o el triunfo de las fantasías de los libros de caballerías que tanto éxito tenían entre el público lector y convertían la verosimilitud de las obras de teatro en algo minoritario. Cuando los autores de teatro decidieron hacer obras más del gusto popular, introduciendo hechos fantásticos e inverosímiles, contribuyeron a corromper el arte de la escena.

(Publicado en el Diario Progresista el 26 de abril de 2013)