¿Sonreír habitualmente nos hace más felices, aleja nuestras
penas, permite recuperarnos con mayor rapidez de las operaciones y las
enfermedades, o es uno de los típicos mitos que siempre se ponen de moda
en épocas de crisis?
El pasado miércoles mi amigo JR
me invitó a la entrega de diplomas de los 25 años como miembro del
instituto de Censores de Cuentas. Una vez que me convenció de que no
tenía nada que ver con la “censura” secular en películas y libros, le
dije que lo acompañaría; después de la conferencia de rigor, nos
servirían un cóctel en ese hotel tan bonito del centro de Madrid. Nunca
había estado en su acogedora terraza interior, y me apetecía que hubiera
una primera vez.
Como creo en las casualidades, entre los asistentes me encontré a un
amigo que no veía desde nuestra época de estudiantes en la universidad.
Tras abrazarnos y bromear sobre quién se conservaba mejor, el
conferenciante cogió el micrófono, se levantó, se acercó a nosotros y yo
me temí lo peor; pero no fue así. El doctor Alonso Puig es uno de los
grandes cirujanos de este país en medicina del estómago (impulsor de la
laparoscopia) y un aclamado conferenciante sobre asuntos relacionados
con el liderazgo, la creatividad y la gestión del cambio.
No se trataba de impartir una clase de Medicina, como es obvio. Tras
citar a Einstein y Ortega y Gasset (los dos últimos muy famosos en
España), nos habló de inteligencia emocional, de cómo algunas personas
irradian malas sensaciones a los demás, y con otras ocurre lo contrario.
Aludió al hermoso libro de Laín Entralgo sobre la historia de la
Medicina, nos habló de la evolución de nuestros antepasados y su proceso
de adaptación o no a los cambios estructurales (como podría ocurrir
ahora), y de algo que está dentro de las personas y no tiene que ver con
lo físico, sino con ese espacio de la realidad que es la música de los
seres humanos y sólo se puede ver con el corazón (que diría el zorro al
Principito en la conocida historia).
La idea es huir de la epidemia de desánimo, algo que se puede
estudiar en el área frontal del cerebro que se queda sin sangre ante lo
negativo, las sombras, el túnel…, y se refugia en las amígdalas
cerebrales. La sangre fugitiva da pábulo a la irascibilidad, a más
tristeza y negatividad.
Aquel tipo atractivo se movía continuamente ante nosotros, jugaba con
las manos y los músculos de la cara, y demostraba que el lenguaje no
verbal es más seductor, incluso, que el verbal.
Y de esa forma llegó a la historia de una mujer que un día apareció
en su consulta con un montón de pruebas bajo el brazo que pretendían
detectar sus continuos dolores de estómago, así como una acidez que la
estaba matando mientras destruía incluso sus relaciones familiares y
profesionales. Trabajaba en un departamento financiero de fusiones y
adquisiciones, y su gran problema era que su jefe no la hablaba.
El doctor le dijo que no iba a mandarle más pruebas, pero que sí iba a
ponerla a prueba en otra cosa. Tenía que intentar sonreír a su jefe
durante dos semanas seguidas. Eso era lo único que le pedía. Ella negó
con la cabeza y le dijo que era imposible; aquel hombre le caía mal y
ella era incapaz de sonreírle, ni siquiera de forma hipócrita. El doctor
la despidió esa tarde sin demasiada confianza en su “medicina”.
Dos semanas después la mujer volvió a la consulta, y le dijo que era
una mujer nueva, distinta. Le había hecho caso, a pesar de que no creía
en esa sonrisa, e incluso había empezado a llevarse mejor con sus
compañeros de oficina.
(Publicado en el Diario Progresista el 28 de junio de 2013)
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