viernes, 28 de junio de 2013

Historia de una sonrisa

¿Sonreír habitualmente nos hace más felices, aleja nuestras penas, permite recuperarnos con mayor rapidez de las operaciones y las enfermedades, o es uno de los típicos mitos que siempre se ponen de moda en épocas de crisis?

El pasado miércoles mi amigo JR me invitó a la entrega de diplomas de los 25 años como miembro  del instituto de Censores de Cuentas. Una vez que me convenció de que no tenía nada que ver con la “censura” secular en películas y libros, le dije que lo acompañaría; después de la conferencia de rigor, nos servirían un cóctel en ese hotel tan bonito del centro de Madrid. Nunca había estado en su acogedora terraza interior, y me apetecía que hubiera una primera vez.

Como creo en las casualidades, entre los asistentes me encontré a un amigo que no veía desde nuestra época de estudiantes en la universidad. Tras abrazarnos y bromear sobre quién se conservaba mejor, el conferenciante cogió el micrófono, se levantó, se acercó a nosotros y yo me temí lo peor; pero no fue así. El doctor Alonso Puig es uno de los grandes cirujanos de este país en medicina del estómago (impulsor de la laparoscopia) y un aclamado conferenciante sobre asuntos relacionados con el liderazgo, la creatividad y la gestión del cambio.

No se trataba de impartir una clase de Medicina, como es obvio. Tras citar a Einstein y Ortega y Gasset (los dos últimos muy famosos en España), nos habló de inteligencia emocional, de cómo algunas personas irradian malas sensaciones a los demás, y con otras ocurre lo contrario.

Aludió al hermoso libro de Laín Entralgo sobre la historia de la Medicina, nos habló de la evolución de nuestros antepasados y su proceso de adaptación o no a los cambios estructurales (como podría ocurrir ahora), y de algo que está dentro de las personas y no tiene que ver con lo físico, sino con ese espacio de la realidad que es la música de los seres humanos y sólo se puede ver con el corazón (que diría el zorro al Principito en la conocida historia).

La idea es huir de la epidemia de desánimo, algo que se puede estudiar en el área frontal del cerebro que se queda sin sangre ante lo negativo, las sombras, el túnel…, y se refugia en las amígdalas cerebrales. La sangre fugitiva da pábulo a la irascibilidad, a más tristeza y negatividad.

Aquel tipo atractivo se movía continuamente ante nosotros, jugaba con las manos y los músculos de la cara, y demostraba que el lenguaje no verbal es más seductor, incluso, que el verbal.

Y de esa forma llegó a la historia de una mujer que un día apareció en su consulta con un montón de pruebas bajo el brazo que pretendían detectar sus continuos dolores de estómago, así como una acidez que la estaba matando mientras destruía incluso sus relaciones familiares y profesionales. Trabajaba en un departamento financiero de fusiones y adquisiciones, y su gran problema era que su jefe no la hablaba. 

El doctor le dijo que no iba a mandarle más pruebas, pero que sí iba a ponerla a prueba en otra cosa. Tenía que intentar sonreír a su jefe durante dos semanas seguidas. Eso era lo único que le pedía. Ella negó con la cabeza y le dijo que era imposible; aquel hombre le caía mal y ella era incapaz de sonreírle, ni siquiera de forma hipócrita. El doctor la despidió esa tarde sin demasiada confianza en su “medicina”.

Dos semanas después la mujer volvió a la consulta, y le dijo que era una mujer nueva, distinta. Le había hecho caso, a pesar de que no creía en esa sonrisa, e incluso había empezado a llevarse mejor con sus compañeros de oficina.

(Publicado en el Diario Progresista el 28 de junio de 2013)

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