El otro día me pasé casi toda la mañana sentado en la terraza de un
Café escribiendo, o reescribiendo, dos simples páginas. En cierto
momento se sentó a la mesa de al lado una señora de más de ochenta años
que pidió un cortado y se puso a mirarme con curiosidad.
Al poco
rato carraspeó con fuerza y me preguntó si estaba escribiendo una
novela. Levanté la vista del ordenador y asentí con la cabeza mientras
sonreía. Entonces me preguntó si era una
novela de amor, y yo le respondí que todas mis novelas lo eran, aunque
hablaran de la propia literatura, de la Guerra Civil, de música clásica o
de física cuántica.