lunes, 3 de agosto de 2015

Paseando con mi padre

Otro de los recuerdos de los veranos de mi infancia son los paseos con mi padre antes de que saliera el sol. Me hablaba de los nombres de las cosas, las nombraba casi por primera vez para mí, las estrellas y las plantas, los pájaros y los árboles, la historia del perro Barba que una vez se enfrentó a una manada de lobos...

Un día me despertó a las seis de la mañana y me dijo que quería llevarme a lo alto de la montaña. Yo me desperecé entre grandes aspavientos, me mojé los ojos con la punta de los dedos, me tomé la leche con Cola Cao que siempre me preparaba mi madre y salí, aterido, al camino.

-¡Venga, Justito, ya queda poco!, me dijo después de atravesar la garganta que bajaba de la sierra, tras dos horas de caminata.

Al llegar arriba, observé la inmensidad del valle, y luego lo miré a él. Tenía un rostro de serena felicidad.

En ese momento comprendí que lo importante no había sido llegar hasta allí.