lunes, 7 de marzo de 2011

Murakami, un autor para tiempos de crisis



Haruki Murakami es, actualmente, el escritor japonés más leído y traducido en el mundo. No es cuestión de comparar la calidad de su obra con la de los grandes escritores japoneses de la historia, como Oê, Mishima, Kawabata o Tanizaki (incluso un clásico como Soseki, del que se están traduciendo últimamente todas sus novelas al castellano), sino de constatar su vigencia en esta época.
En esta época, precisamente, están aumentando los problemas del espíritu, con personas cada vez más solas, aisladas, dominadas por enfermedades que no sólo provienen del exterior, sino del interior de ellas mismas. Ahí puede radicar la explicación de que cada vez mueran más personas mayores en la soledad de sus apartamentos de las grandes ciudades como París, Londres, Madrid y, por supuesto, Tokio.

¿Cómo extraer conclusiones sobre el arte en general, y la literatura en particular, si lo que está en cuestión es el comportamiento del ser humano en sus manifestaciones más cotidianas de la vida? Están aumentando las consultas a los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, las sectas religiosas han resurgido de sus cenizas, y se producen atentados sobre personas inocentes que no han hecho daño a nadie y que suelen tener raíces aparentemente incompatibles, económicas y religiosas.

En momentos así suele triunfar la literatura de la soledad y el desamor, la literatura del aislamiento, con personajes que buscan, desesperadamente, que alguien los quiera, que los desee, que los escuche tan sólo unos segundos que justifiquen su existencia. Unos personajes que se encuentran al borde del abismo, y que piden a gritos que alguien les eche una mano y les impida saltar para terminar de una vez con su sufrimiento. Ante una situación de caos, tanto físico como psicológico, se necesita más que nunca una literatura que sirva para unir a los seres perdidos del planeta.

Murakami no suele tratar, aparentemente, los temas tradicionales de la cultura japonesa. En una primera lectura, no se observa ese exotismo característico de muchas culturas alejadas del canon occidental. Más allá de las fronteras geográficas y culturales, cualquier lector consigue asimilar sin problemas su mundo narrativo. Sin embargo, tras una relectura comprobamos que el sentido de lo espiritual y de la estética de Japón impregna la mayoría de sus páginas, desde la llamada energía vital (ki), pasando por el concepto de sinceridad de los sentimientos (makoto) y llegando a la intensidad de esos mismos sentimientos (mono no aware).

Una estrategia que sigue Murakami para “globalizar” sus textos es dotar a sus personajes de un contenido mítico. Por poner unos ejemplos, La caza del carnero salvaje relata la búsqueda de la eterna juventud por parte del protagonista de la historia, de su amigo el Ratón y del mafioso que busca salvarse del cáncer que le está corroyendo por dentro. Nos encontramos inmersos en el mundo mítico del santo grial, pero atravesado por la idea de mundo híbrido. Algo similar puede decirse de Kafka en la orilla, donde Murakami mezcla (entre otras cosas) dos personajes que son mitos y arquetipos a la vez, uno literario y otro real: Edipo Rey y Franz Kafka. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es una obra cargada de un discurso narrativo claramente basado en la tipología de los mundos posibles. Al sur de la frontera, al oeste del sol es una reflexión sobre el pasado, presente y futuro de Japón, algo que también puede decirse de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, además de ser la historia de unos personajes que viven en el mundo de lo “real maravilloso” o de Sputnik, mi amor, After Dark y Baila, baila, baila.

Sus personajes hablan con gatos y dibujos animados, las quinceañeras se inmiscuyen en tu vida y desaparecen cuando menos lo esperas, los carneros salvajes tienen estrellas en el lomo, se apoderan de tu cerebro y están a punto de volverte loco. Y lo mejor es que puedes habitar varios mundos a la vez (como el personaje de Lewis Carroll) y pasar de unos a otros a través de los pasadizos que te brindan los textos de la literatura. Lo importante es que el efecto repercusión de las novelas de Murakami se mantiene en el interior del lector, y le convence de que ha estado leyendo cosas imposibles, pero verosímiles, como cuando alguien lee cráneos para recuperar los sueños perdidos o su propia sombra. En esos casos, Murakami es un escritor posmoderno que ha entendido, perfectamente, el papel primordial de los actos poéticos, ya que las obras de ficción son objetos culturales.     

Los personajes de Murakami viven en su época, con las ventajas e inconvenientes que esto supone, y representan los miedos, frustraciones y alegrías típicas del hombre corriente. A veces, se esconden en pozos y cabañas aparentemente abandonadas desde hace tiempo -y acaban atravesando las paredes y las cabezas de las personas mientras les salen manchas en el rostro-, otras, se pierden en bosques mágicos que pertenecen a una realidad paralela. En ocasiones, salen de viaje en busca de sí mismos, o de algo parecido a sí mismos, y visitan ciudades mágicas y bibliotecas que sólo existen en sus conciencias, y que están llenas de unicornios y otros seres fantásticos.

Una de sus grandes obsesiones son los “ritos de iniciación”, ya sea con personajes jóvenes o no tan jóvenes. Es como si dieran vueltas a una adolescencia eterna, en la que no se vislumbra un final. El eterno adolescente es un inconformista, alguien que no acepta las injusticias de la sociedad. Esas personas que retrata Murakami están tan solas como la mayoría de nosotros, como en Tokio blues, un desesperado canto de amor y amistad, donde los personajes no hablan por los teléfonos móviles a todas horas, ni se envían correos electrónicos ni entran en Facebook.
Sólo se quieren tocar, aunque tampoco lo consiguen.

(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 14 de Enero del 2011)

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