La ha publicado en la revista argentina del escritorAntonio Tello, "El Corredor Mediterráneo, y en la línea editorial Tello dice lo siguiente sobre mi libro: "Esta novela del autor madrileño es un canto a la literatura, un acto luminoso de resistencia de imaginación y poesía frente al adocenamiento de la creación literaria generalizado por la industria editorial".
Este es el texto de Javier del Prado (para que se lea mejor):
1. Si algún lector de ECM leyera lo que en estos días se escribe por los medios virtuales en España y escuchara lo que dicen algunas editoriales, podría creerse que Justo Sotelo en un novato en esto de publicar libros con intención literaria: felicitaciones efusivas, gritos de alegría, celebraciones que más parecen de amigos que de gente acostumbrada a leer literatura nueva y buena, y, lo que es más sorprendente, leer a este autor ya casi consagrado.
Justo Sotelo no es un novato, ni mucho menos; y a algunos no nos sorprende tanto como pudiera parecer la calidad y originalidad de su último libro. Justo Sotelo es un autor afirmado y confirmado desde hace años y un profesional de la Teoría Económica y la Teoría Literaria que, si sorprende, es por la calidad de sus escritos y la seguridad con la que se mueve en los diferentes ámbitos que toca, la creación o el juicio crítico.
Dejando de lado sus libros de economía (no es este el lugar y no soy yo quién para hablar de ellos), Justo Sotelo ha publicado ya novelas como “La muerte lenta”, “Vivir es ver pasar”, “La paz de febrero”, “Entrevías mon amour” y “Las mentiras inexactas”, y dos deliciosos libros de cuentos teñidos de poeticidad, fruto indirecto de su colaboración diaria en Facebook, “Cuentos de los viernes” y “Cuentos de los otros”.
¿Qué tiene de nuevo, pues, este último libro que los lectores disfrutan de boca en boca y de corazón en corazón?
Tiene, en primer lugar, el título que es ya una declaración de intenciones. Quien enuncia en voz alta “Poeta en Madrid”, recupera, necesariamente, el título de Lorca, “Poeta en Nueva York”; y los que somos algo más viejos ese “poeta en New York” que es la parte central del libro de Juan Ramón Jiménez, “Diario de un poeta recién casado”. Y, para mí, juanramoniano, el Madrid que nos ofrece Justo Sotelo está más cerca del New York del poeta de Moguer, por su sencillez, su realismo irónico y su toma de conciencia objetiva de la ciudad (sobre todo en los poemas en prosa) que el lorquiano, presa deliberada del patetismo metafórico que convierte el inframundo de la ciudad moderna en una alegoría permanente del yo conflictivo del poeta.
Para los que estamos acostumbrados a leer y discutir con el novelista, a unos les puede sorprender que aparezca, como central en el título, la palabra “poeta”. Él se define como narrador y, cuando algunos le acusamos de poeta (yo en el estudio que he hecho de “Cuentos de los otros”), él se revela y se burla amigablemente del espacio de la poesía. Y este espacio es central en el texto que vamos a leer (evito como véis, la palabra novela u obra teatral).
Existen, pues, dos pórticos, llamativos, para entrar en la obra que tenemos en las manos, a punto de abrirla, y de meternos por sus vericuetos estructurales.
2. Un “texto”. Sí; como defendería Jean Pierre Richard, contra Gerard Genette (en el Epílogo de la “Introduction à l’architexte”), empeñado este último en etiquetarlo con alguna palabra perteneciente al organigrama de los géneros. Un “texto” en el que, dentro de un marco que se parece al de la teatralidad escénica, subdividido en “escenas”, emerge la narratividad de una intriga en “capítulos”, intriga por la que se va dibujando la vida del protagonista, Gabriel Relham, ligada a sus posibles amores pasados con Elvira y a las relaciones/diálogos (siempre problemáticos) que este autor teatral, no muy afortunado, mantiene con sus editores, los dueños del teatro, y un personaje que aparece, iniciada ya la intriga, “el payaso”, apodado como Bufón. Este personaje irá tomando cada vez más importancia, sobre todo como portavoz y portacuerpo crítico, frente a las opiniones y acciones de los demás personajes. Pero luego diré unas palabras al respecto.
Esta trama teatralizada que podía haber bastado para crear una novela teatral que nos recordaría al “Le Neveu de Rameau”, de Diderot, y nos llevaría al final de la vida de Gabriel, en esta trama irrumpe, sin razón narrativa alguna, primero un texto que nos vemos obligados a leer como un largo, sorprendente, hermoso y desorientador poema en prosa, que emerge de una voz ajena y que tenemos que considerar extradiegética: ¿es el autor, Justo Sotelo, el que de hurtadillas se ha metido en el texto, ¿sin que venga a cuento?, o ¿tenemos que leer el poema como un ejemplo práctico de la teoría literaria que, en pequeñas dosis, van supurando los diálogos que sostienen los personajes la intriga? Del mismo modo, la dinámica teatral es cortada, un poco más tarde por voces (TIEMPO SIN VOZ y VOZ DEL TIEMPO) que continúan, cada una a su modo, un nuevo poema en prosa, que inicia la escena tres del capítulo dos, a través de Alejandro, personaje secundario que estaría presente en el escenario.
Del mismo modo, la dinámica aparente del texto se quiebra en el CAPÍTULO V, con “escena única”, en la que Gabriel escribe o “tal vez sueña”, la vida de un trabajador al que se le ha estropeado la calefacción; vida o sueño que es como una puesta en abismo simbólico de la totalidad del texto o, más bien, como un metadiscurso narrado (aquí sí, triunfa la pura narratividad, en el que el autor (¿Gabriel/Sotelo) va desgranando todos los nombres esenciales que componen su canon literario, en especial Joyce y Borges con “El aleph”.
Uno podría pensar que estos tres textos, el gran poema onírico (de un onirismo en imágenes y palabras muy calculado), los poemas del TIEMPO y de la VOZ y el cuento soñado podrían haberse bastado a sí mismas para decirnos lo esencial que el autor nos quería decir. Es posible. Podría haberlos liberado de “su carpintería teatral” (como hubiera dicho, de nuevo, Juan Ramón) ofreciéndose al lector en su pureza poética (el poeta Justo Sotelo que siempre juega a esconderse) y en su pureza narrativa de cuento borgiano o a lo Cortázar, teñido de poeticidad, como casi todos los cuentos de los libros que he mencionado (esa coherencia interna que todo autor que escribe “porque sí” lleva dentro). Podría haber sido, pero, a lo mejor, no era pertinente si se quería dar al texto de POETA EN MADRID esa aire de farsa medieval (es decir postmoderna) que la obra que estamos leyendo nos ofrece.
3. Aire de farsa medieval. Y lo digo con el mayor respeto y la mayor conciencia historicista. Farsa (y todo texto teatral se construye a partir de la esencia de la farsa – superchería de identidades) Medieval (y texto que se va haciendo, que se va rellenando con elementos dispares), porque la construcción de este texto, en particular, salvada la intriga lineal, se compone de un conjunto de elementos fragmentarios y heteróclitos que la progresión de la escritura consigue integrar en un todo coherente, en el nivel total, simbólico, del texto, cobrando su relativismo esencial todo su valor con la presencia y la palabra del “Bufon”. “Le fou” o “boufon” de las farsas medievales francesas: sujeto de la crítica que da sentido a la obra y objeto de escarnio y de maltrato que asume la desconsideración social para con el artista. Desde su libertad social, él dice las verdades y el sufre las consecuencias.
Sería interesante, en una lectura más meticulosa, ver la superposición que se lleva a cabo del campo semántico de estas tres palabras que son esenciales en el texto: frente al campo semántico del “editor” y del “dueño”, el del “autor”, el del “actor” y el “bufón”, cuyas superposiciones (las de los tres últimos) son evidentes y que nos devuelven de nuevo a la farsa medieval. Claro está, a una farsa medieval cuyo ambiente sería el de un Woody Allen y una Susan Sontag en una corte medieval de la Baja Borgoña.
Este carácter de farsa que podemos (si queremos) proyectar sobre el texto de Justo Sotelo le permite, por un lado, ser un compendio de textos acumulados (en nombres de autores de la escritura y de la música, en títulos reales e imaginaros y en citas y presencias intertextuales) que construyen una trama de intertextualidad densa y rica de posibles lecturas, audiciones y visionados ofrecidos al lector. Escrituras, músicas, sobre todo; no olvidemos que Gabriel (el mensajero de la palabra divina, el que anuncia que la palabra se hará carne) se apellida Relham, el decir Mahler; el músico que mejor ha compendiado, en unidad cósmica musical, todas las sabidurías del siglo XIX, el siglo musical por excelencia.
La farsa nos remite a lo medieval; pero lo medieval, por un juego de bumerán, al que nos tiene acostumbrados el mundo de la cultura, nos devuelve a la postmodernidad: fragmento, relleno textual, unidad conseguida por aglomeración de elementos heteróclitos y no por una construcción unitaria respetuosa, temática y formalmente, de la noción de sistema; con la emergencia y triunfo final de la risa: el bufón, como en la farsa medieval, dirigiéndose a los espectadores/lectores, tiene la última palabra de absolución y de condena, en latín y en francés: las dos lenguas que nos han legado la palabra FARSA: del latín, “farcire”, rellenar – rellenar un pollo, “farcir un poulet”, con restos más o menos valiosos recogidos de los espacios más variados que nos son familiares.
4. Heredero de la “crítica de profundidades” no podía, yo, por menos que echar una ojeada a la presencia, en el interior de la obra, del yo extradiégético, un señor llamado Justo Sotelo que ha sido capaz de componer, paso a paso y sabiamente, esta obra de teatro-novela con nombre de texto lírico. No lo voy a buscar apoyándome en cómo lleva a cabo el “pacto autobiográfico” (Philippe Lejeune”) entre el yo sociohistórico y Gabriel Relhan, el autor de la ficción dentro de la ficción; el creador que, a la pregunta ¿y qué estás escribiendo? (la extraña aventura del texto que leemos), podría contestar, como contesta el personaje de la “sotie” medieval de André Gide, PALUDES, “J’écris ‘Paludes’”. “Escribo ‘Isabel de Gide” (la farsa que vamos a intentar representar) hubiera sido y, más bien es, su respuesta.
No lo voy a buscar, de momento, en cómo hay un espejo interior al texto que nos repite en cada momento la imagen deformada, en personaje de farsa, de Sotelo convertido por exceso de amor y de imitación en Relhan. Tampoco lo voy a buscar en los intertextos, ya conocidos por todos su lectores, (atmósfera literaria en cuyo interior vive Julio Sotelo, ese señor). Intentaría buscarlos en las acotaciones escénicas que son una parte esencial del texto.
Primero, en los lugares en los que están los protagonistas de la obra que alternan, muy postmodernamente, la supuesta buhardilla de todo escritor que se aprecie, con los lugares, bares y restaurantes más ‘chic’ de Madrid, objetos del deseo de tanto bohemio madrileño: Lhardy, Ambassy, El Café de los Artistas., El Nuevo Madrid.
Segundo en el desfile, este sí es desfile de verdad, de marcas de modas con las que se visten algunos de los protagonistas., sin olvidar “el jersey polo negro”: Future Casual, Cerruti, Nina Pomellato, Valentino, Chanel, MakusHuemer, Custo, Jil Sanders, Francisco Valiente, Hugo Boss, Costume Nacional, Jeremy Scott (del que Ruth llevaba “un vestido dorado con cuello sideral y tejido metálico”, etc., etc. ) Y no me puedo apartar de la vista a este Alejandro que “aparecerá con un jersey polo negro y unos pantalones de seda blancos. Todo es de Noaki Takizawa”.
Se dice que el hábito no hace al monje, pero el ambiente que respiran y la moda que contemplan, aunque sólo sea en revistas, sí construyen el cuerpo y el decorado de autor. Aunque en este autor, en esta obra ese decorado (cuerpos de verdad, hay poco cuerpos, sólo dos, el cadáver del Gabriel y el cuerpo macerado del Bufón, lo que aumenta la sensación de farsa) sea una visión estética de la realidad: en su parte cosmética, para el juego social, y en su parte estética, literaria y musical, en la parte espiritual – curioso, como en la “Recharche du temps perdu” echamos de menos al “poeta”, en “Poeta en Madrid” echamos de menos al pintor, pero no al pintor de la vida post moderna, estilista o modisto.
(Y ya que Javier cita a Rameau y a su sobrino en su texto, y yo no puedo vivir sin música, y ha hablado de lo posmoderno que soy escribiendo, algo bastante evidente, me voy a clase escuchando el famoso rondó de Rameau en una versión posmoderna de la ópera de París:
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