martes, 27 de abril de 2021

"La leyenda del santo bebedor".

Hace unos días esta red social me recordó una fotografía de 2017, paseando por la calle Fuencarral de Madrid, con el filósofo kurdo Mariwan Shall. Él tuvo un local en la calle Manuela Malasaña y allí hice mis tertulias varios años, antes de llevármelas al Café Gijón (su dueño es un ex alumno mío). Mariwan y yo nos conocemos desde hace más de 10 años, y quizá podríamos habernos conocido antes, ya que los dos íbamos a ver las mismas películas a los cines Golem (antes Alphaville) y Renoir de la Plaza de España, como por ejemplo las del director italiano Ermanno Olmi, del que hemos hablado en más de una ocasión.

"La leyenda del santo bebedor" (1939) es el testamento literario del escritor austriaco Joseph Roth, en forma de historia de Andreas, un vagabundo que duerme bajo los puentes de París y al que se acerca un día un anciano y le ofrece 200 francos para que se los ofrende a Santa Teresa de Lisieux en cierta iglesia. Olmi la llevó al cine (ya era conocido con "El árbol de los zuecos", uno de los mejores ejemplos de cine antropológico que he visto nunca) y ganó el León de Oro en Venecia. Es una película de apacible tristeza, nada exagerada, con breves flashbacks que muestran sin palabras el pasado de Andreas, delicadamente interpretado por Rutger Hauer (fue mucho más que el replicante de "Blade runner"). Las tiendas parisinas, los hoteles, las calles nocturnas, los cafés y las tabernas tienen algo de onírico, de sueño pintado donde se suman los personajes que acompañan a Andreas en sus últimos días, la mujer de la que se enamoró y causó su desgracia, el boxeador amigo de la infancia, aquel compañero de trabajo en la mina, el sastre que le da trabajo y le paga 200 francos (precisamente), la joven bailarina que le acompaña durante dos días con sus noches. La larga secuencia del final en una taberna permite comprender a los espectadores el frío que sienten los personajes. Y su soledad, y el calor de la estufa mientras una pareja de ancianos devuelve a Andreas la imagen de sus padres a la vez que este les muestra el reloj que le dieron al irse de casa.
 
Es, en definitiva, una obra sobre la redención más íntima y personal, la segunda oportunidad para los abandonados de sentirse personas y disfrutar, en apenas unos días, de lo que no debería negársele a nadie, tanto religiosa como místicamente.
 
Esta es la película completa, un cine que ya no se hace, que ya no se hacía cuando se rodó en 1988:
 

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