"Tiempo de silencio", de Luis Martín-Santos, es una de las
grandes novelas españolas de la segunda mitad del siglo XX. Es tan buena
en su fondo como en su forma. Su vigencia literaria es incuestionable,
así como su valor testimonial en estos tiempos de crisis económica y
desesperación para tantas personas, junto a decisiones políticas que
hacen recordar tiempos pasados felizmente olvidados.
Pedro
es un joven médico madrileño que intenta descubrir las causas de cierto
tipo de cáncer a finales de los años cincuenta. Trabaja en un
laboratorio de una especie de aburrido y siniestro CSIC. A veces se
pregunta por qué se invierte tan poco dinero en investigación en España,
un país que no valora a sus hombres de ciencia, ni siquiera al contar
con algún premio Nobel.
Lo primero que se puede decir de él es que es un héroe postbarojiano,
con un mundo propio constituido por la pensión donde vive, las calles
de Madrid que recorre sin parar, y sus visitas al prostíbulo y al café
bohemio, donde se pasa las horas muertas intentando comprender el mundo.
Amador es su ayudante, y posee cierta relevancia en la historia
porque es quien le presenta al Muecas, un personaje del lumpen, que se
encarga de proporcionarle los ratones que tienen inoculado el cáncer. El
Muecas desarrolla una técnica que consiste en que las mujeres de su
familia den calor a los ratones con su propio cuerpo. Ricarda, su mujer,
y Florita, una de sus hijas, adquieren un protagonismo destacado a
partir del momento en que el médico aparece por su barrio.
Tras las descripciones de la vida cotidiana de Pedro en su pensión y
su vida laboral y artística, la novela se sumerge en el chabolismo del
extrarradio.
En cierto momento se le pide que haga un aborto a Florita (que se
supone que ha sido embarazada por Cartucho, el típico chulo del lumpen),
pero, cuando está practicando el legrado, la joven fallece. La policía
acusa a Pedro de este acto delictivo, pero Ricarda confiesa que su hija
ya estaba muerta.
Libre de toda culpa, Pedro se compromete con Dorita, la hija de la
dueña de la pensión, pero en un baile Cartucho la asesina. Ante este
triste panorama el médico no tiene más remedio que salir de Madrid, en
dirección a provincias, como si fuera otra vez un viaje a ninguna parte.
En ese momento se “ve” castrado física y mentalmente, y la novela
adquiere su significado simbólico y mítico. Las últimas páginas,
repletas de la técnica del monólogo interior y el flujo de conciencia,
son demoledoras.
(Publicado en el Diario Progresista el 10 de mayor de 2013).