jueves, 16 de mayo de 2013

La walkyria y los gustos artísticos de los dictadores


Woody Allen dijo en cierta ocasión que cada vez que escuchaba la cabalgata de las walkyrias (principio del tercer acto de la ópera de Wagner) le daban ganas de invadir Polonia. Casi por antonomasia habría que pensar que a Hitler le ocurrió lo mismo. 
Es evidente que el arte no convierte a la gente en mejores personas, pero sí la lucha contra la incultura. Hitler, Franco, Mussolini, Stalin, etcétera, podían tener refinados gustos (a Franco le gustaba mucho el cine, como es sabido), pero no fueron buenas personas. El problema reside en la mala utilización de las obras de arte, en el hecho de que no las entiendan, en ser tan ignorantes que no consiguen mejorar espiritual e intelectualmente.

Todos esos dictadores quisieron ser dioses durante un tiempo, sin comprender que ni siquiera llegaban a la altura de enanos, y no me refiero a la altura física. ¿Cómo iban a entender la complejidad de la trama urdida por Wagner? Se quedaron en la epidermis y prefirieron desenfundar sus armas para sembrar el mundo del caos que reinaba en sus corazones.

Como ya expuse con anterioridad, Wotan y Alberich se disputan el oro del Rin, aunque serán los gigantes los que terminen quedándose con él, así como con el yelmo mágico y el anillo que les permitirá poseer el mundo. Es el dominio de los dioses, de lo sobrenatural, del mito como explicación de lo que no se logra entender.

Sin embargo, con la segunda ópera de la tetralogía el ser humano ocupa su lugar en la tierra y se convierte en el centro de la creación. Los padres de Sigfrido interpretan uno de los actos más bellos de la creación musical del siglo XIX. Es el triunfo del humanismo, de un nuevo Renacimiento. "La walkyria" es la música del primer escalón que suben los seres humanos para independizarse de los dioses. Wotan sigue dirigiendo el destino, y por eso obliga a Brunilda a esperar al héroe en una roca rodeada de llamas, pero cuando Sigfrido la rescate comenzará el crepúsculo de los dioses.

Por eso los dictadores siempre se equivocarán. Con músicas como las de Wagner el hombre no se convierte en dios, sino que es mejor persona.

(continuará)