jueves, 16 de mayo de 2013

El oro del Rin, Keynes y el capitalismo como religión

La semana pasada escribí un artículo sobre lo que suponía para mí, y mi propia historia personal, la tetralogía de Wagner "El anillo de los nibelungos". Transcurridos unos días me apetece transmitir, también, las sensaciones que me produce cada una de las obras por separado, buscando además un paralelismo con el mundo que nos ha tocado vivir, tanto económico como político y social. 
La primera de las óperas es "El oro del Rin", verdadero motor para el resto de la obra, aunque la semilla estaba puesta dentro de la cabeza de Wagner en la muerte del héroe, Sigfrido, dentro de "El crespúsculo de los dioses".

En "El oro del Rin" todavía coexisten los dioses y los "demonios", los que viven en el cielo y los que lo hacen en el infierno (el subsuelo). Tanto unos como otros explotan a sus esclavos. Los dioses hacen lo que quieren con el mundo, sobre todo el más fuerte, Wotan, con su bastón donde está grabado el destino (los otros dioses son Fricka, su mujer, Freia, su cuñada, y Loge, Donner y Froh). Los señores de los nibelungos (Alberich y Mime) también se aprovechan de su propio pueblo, obligándoles a que excaven en la tierra para encontrar tesoros.

¿No les recuerda todo esto al capitalismo salvaje que hemos conocido en los últimos treinta y tantos años? Con la famosa crisis económica de 1973, las mentes más liberales y conservadoras decidieron que la época de Keynes había pasado a mejor vida. Las recetas del economista del grupo de Bloomsbury ya no servían para solucionar los problemas; era preciso olvidarse del lado de la demanda de la economía, de los aumentos salariales, de las obras públicas, etcétera, y fijarse en la oferta, los aspectos microeconómcios, la competitividad, la libertad de los mercados.

Walter Benjamín ya apuntó en uno de sus textos póstumos que el capitalismo era la religión de su tiempo. Ese sistema no suponía únicamente la secularización de la fe protestante (presente, por ejemplo, en Defoe y otros escritores del precapitalismo), sino que representaba un fenómeno religioso, desarrollado de manera parasitaria desde el cristianismo.

Las principales características de las que hablaba Benjamín en referencia a esa "religión de la modernidad" serían las siguientes:
1). Es una religión cultural, pues todo en ella alude a la observación del culto, no a un dogma o idea.
2). Su culto permanente no distingue entre días festivos y días laborables; en realidad sólo existe un día festivo, donde el trabajo coincide con la celebración del culto.
3). El culto capitalista no se orienta a la redención o la expiación de una culpa, sino a la culpa misma.

El texto de Benjamín se escribió en los años veinte del siglo pasado, y hoy se sabe que esa manera de entender la economía es hegemónica desde la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, los centros de poder de este sistema capitalista operan en paraísos fiscales o son invisibles. Los dueños de las poderosas empresas capitalistas no son personas físicas, con un carné de identidad identificable, sino socios "ocultos". Aparentemente, nada perturba el poder de los dioses y de los nibelungos, salvo su propia ambición, como también se verá en las siguientes óperas de Wagner.

(continuará)