Esos niños a los que no dejamos entrar en la Europa de los
mercaderes (como tantas veces digo a mis alumnos) y se quedan ateridos
en nuestras fronteras artificiales y mueren allí, de hambre y de sed,
simplemente de pobreza, sin que nadie les dedique palabras de amor.
Hoy no quiero mirarme al ombligo, ni pensar en nuestras películas, programas de televisión, libros, obras de arte..., tan onanistas y soberbias, que no están entendiendo nada de lo que es realmente importante para el ser humano.