"Creía que ser feliz no era más que una
utopía hasta que conocí a Justo Sotelo", escribió un amigo de mi
tertulia sobre mi foto de portada en uno de los lugares mágicos de la
India.
Me quedé pensando un rato en ello, intentando recordar
dónde había leído algo parecido (en realidad podría escribir un post
diario reflexionando sobre los bellos y numerosos comentarios de mis
amigos, reales y virtuales). Por fin, me vino a la cabeza el filósofo
británico Bertrand Russell. Recuerdo
que, siendo adolescente, leí su ensayo "La conquista de la felicidad",
junto a las principales obras de Ortega.
En un momento determinado Russell escribe que el ser humano debe
mostrarse activo para eliminar las trabas que limitan la felicidad,
comenzando por esas pasiones egocéntricas como la envidia, el miedo o la
conciencia de pecado y reforzando las que invitan a sentirse parte
indisoluble de la corriente de la vida.
"Cuantas más cosas
interesen a alguien, más oportunidades de felicidad tendrá", dice. El
ser feliz es el que se siente ciudadado del universo (esto también se lo
leí a Ortega, claro) y goza libremente del espectáculo que se le
ofrece.
Esta mañana me he despertado pensando de nuevo en ello. Y
lo más curioso es que, sin darme cuenta, me estaba tomando un café
escuchando una obra de Britten, un compositor al que admiro
intelectualmente -sobre todo sus óperas- y que me recuerda mucho el
pensamiento de Russell y Ortega.
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