sábado, 20 de mayo de 2017

Ella me dice que la bondad es lo único que no deja rastro.

Yo me quedo un rato pensativo mientras observo los platos de la cena en el restaurante y recuerdo dos novelas que me marcaron en la adolescencia: "El idiota" de Dostoyevski y "El filo de la navaja" de Somerset Maugham.

Dostoyevski es uno de los escritores que más ha influido en mi manera de elaborar mis personajes, sobre todo con "Crimen y castigo", "Los hermanos Karamázov" y "El idiota", con ese príncipe Mishkin que tanto me recuerda a Jesucristo (aún conservo dos ediciones que compré en la Cuesta Moyano, al pie del Retiro, desencuadernadas, subrayadas por todas partes y con tantos besos en su interior).

Por su parte, Larry, el protagonista de "El filo de la navaja" viaja a la India (como también haré yo muchos años después) en busca de iluminación, porque "el camino de la salvación es como hacerlo por el filo de una navaja". En su caso (y en el mío) será el camino del conocimiento. De allí volverá convertido en una persona distinta, esencialmente buena, en el sentido machadiano del término.

Quizá la bondad sea la mejor medicina para recuperar la confianza en uno mismo, le digo a ella mientras apuro la copa de vino, y por eso no deja rastro en el cuerpo, pero sí en el alma.

(La foto la hice en un templo de Brahma, en el Rajastán).

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