En mi viaje a la India conocí a Beatriz, una joven argentina que me
ofreció mate en un termo de porcelana frente al lago sagrado de Pushkar,
donde lloró Brahma.
Con ese encuentro real comienza la novela
que tengo que escribir sobre la India y que lleva madurando todo este
tiempo en mi cabeza, lentamente, inexorablemente.
Anoche aquella
chica que apenas recuerdo me envió por mail una foto desde Darjeeling,
en el Himalaya. Me decía que había vuelto a la India, tras regresar a Buenos
Aires, y que se había acordado de mí. Es curioso cómo inciden los
recuerdos en el alma humana y todo se queda en algún lugar de nuestro
cerebro. Esperando salir.
Supongo que ya no tengo más excusas para convertir la realidad.
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