sábado, 16 de mayo de 2020

"Ut pictura Kynesis o la relación entre la pintura y el cine".

Anoche estuve viendo "Un día en el campo", una película de Jean Renoir de 1936, en realidad un mediometraje que no consiguió acabar por cuestiones económicas, pero que, como todas sus películas, marcó claramente el cine francés entre los años 1930 y 1950, antes de abrir la puerta a la "Nouvelle Vague". Junto a esta película, hay otras tres que también forman parte de mi filmoteca particular, "La gran ilusión" (1937), "La regla del juego" (1939) y "El río" (1950).

Una familia pasa un domingo junto al Sena. Mientras los hombres duermen la siesta, unos jóvenes remeros invitan a la madre y a la hija a dar un paseo en barca, que se convertirá en algo más que una inocente excursión fluvial. El "affaire" de la madre será carnal, mientras que el de la hija no pasará de un beso inocente entre los cañaverales mientras canta un ruiseñor (son las fotografías 2 y 3). La historia se basa en un relato de Guy de Maupassant, de 1881, que Renoir utiliza para explorar los márgenes del Sena y la isla de Francia a través de un homenaje a su padre, el pintor Pierre-Auguste Renoir (fotografía 4). Sus cuadros aparecen en la película con el fin de reflexionar sobre la relación existente entre el cine y la pintura, que a mí me conduce a la fórmula latina "Ut pictura poesis", a la que tanto me gusta referirme tras estudiar la "Poética" de Horacio (la famosísima "Epístola a los Pisones"). La primera fotografía resume otro "día de campo" de hace un tiempo con José Ramón Cano, Antonio Zaballos y Yolanda González, en la paradisíaca finca de esta última en la Sierra de Francia. A mi lado está "Suerte", el perro de Yolanda.

Mientras me tomo un café pienso que tal vez las cuatro fotografías sean la misma manera de plasmar la elipsis simbólica del paso del tiempo, con esa mezcla entre la ficción y la realidad, el arte con la naturaleza, la pintura con la poesía y el cine, a partir de un conjunto de elementos comunes como la luz, el color y la forma a la hora de elaborar el plano, así como una mímesis ligada y obtenida del espacio de la representación.




viernes, 15 de mayo de 2020

"Qué es lo que considero importante en esta vida".

El otro día unos alumnos me dijeron que era una lástima que no fuera yo el presidente del gobierno. Curiosamente, esa misma noche unos amigos me comentaron algo parecido tras escuchar la entrevista que me hicieron unos estudiantes para una radio que se emite en Instagram. Esto me lo han dicho otras veces a lo largo de mi vida, con independencia del momento histórico y de quién gobernara en España. En alguna ocasión he contado que los dos principales partidos de este país me han ofrecido ser director general con sus gobiernos (en concreto de Medio Ambiente), y en ambas ocasiones dije que no. Es cierto que he estudiado los fundamentos políticos y económicos de las sociedades actuales (lo hice por ejemplo en mi Memoria de Cátedra), y que considero que todos los seres humanos somos imprescindibles en el engranaje histórico que llamamos Democracia. Aun así, lo que me divierte es ser profesor, escritor y llevar una vida lo más bohemia, independiente y artística posible.

Hoy, al despertar, me he acordado de Antonio Zaballos, el artista de Béjar, uno de mis íntimos amigos.

Esta es una fotografía que me sacó en la cafetería del Centro de Arte Reina Sofía. Antonio se encontraba en Madrid para asistir a un curso de dibujo; a pesar de que lo sabía casi todo de la técnica, deseaba seguir aprendiendo. Por eso era de los artistas grandes. Quedamos a tomar algo en el museo, y Antonio se empeñó en hacer conmigo una composición al estilo de Braque o Picasso, un bodegón que se llamaría, por ejemplo, "Paisaje con figuras" o "El escritor que se quedó dormido mientras le sacaban fotos en un museo". Y yo lo que quería era echarme la siesta en cualquier lugar, porque estaba cansado de dar clase. Nunca me ha importado dormir donde sea, y menos todavía en un museo de arte contemporáneo, el arte de mi época, rodeado de cuadros y de gente. Si tuviera que elegir un museo para dormir la siesta siempre elegiría el Reina Sofía, no solo porque ahí he visto películas de arte y ensayo, performances, apuestas arriesgadas por lo actual e incluso por el futuro -además de escribir varios fragmentos de mis novelas-, sino porque me gustaría dormir un rato al lado de Picasso, Miró, Calder, Saura, Ángeles Santos, Kandinsky, Dalí, Hamilton, Pape, Gris, Solana, López, Jacoby o Carl André.

El pasado y el presente son míos, por eso sé que también me pertenece el futuro.

(Para Antonio, mi querido Antonio. Sé que en el lugar donde estás sigues atrapando la luz y disfrutando con mis extravagancias).

jueves, 14 de mayo de 2020

"Qué entiendo yo por poesía".


Hace poco comenté que una canción de los 60, "La tendresse" (la ternura), había sido elegida en Francia para hacer más llevadero el confinamiento en este país. Mencioné también el interés que suelen demostrar los franceses a la hora de cultivar la sensibilidad y el buen gusto. Este tiempo tan extraño pasará pronto, estoy convencido de ello, pero quedarán la sensibilidad, la creatividad y la inteligencia que está demostrando tanta gente en el mundo. Como al escuchar la voz de una joven extremeña, María Rodríguez Velasco, mientras recitaba el pasado 11 de mayo, con un perfecto fraseo, uno de sus poemas sin título para el Taller de Teatro de Pinto, un lugar situado al sur de Madrid, con la canción de "la tendresse" como música de fondo. Y me digo entonces que el "sur" seguirá existiendo mientras haya poesía, como la de la película de Víctor Erice (la obra maestra inacabada del cine español) y la voz de María. Con tan solo tres películas, "El espíritu de la colmena" (1973), "El sur" (1983) y "El sol del membrillo" (1992), Erice se convirtió en el único "director poeta" que conozco del cine español. Óliver Laxe me lo empieza a recordar de alguna manera. Una poesía que no siempre me encuentro en los libros que se llaman así y que ahora escucho en la voz de María y sobre todo en su mirada. 

miércoles, 13 de mayo de 2020

"Los amigos de Peter" en la tertulia virtual del "Café Gijón".

La tercera película del director británico Kenneth Branagh es la que más me gusta de su larga filmografía. Recuerdo perfectamente cuando la vimos en 1991 en los cines Alphaville de Madrid, que ahora se llaman Golem. Siempre es un placer volverla a ver. Lo mismo me sucede con las tertulias literarias, como la que mantuvimos ayer con el escritor Peter Redwhite, una fiesta de la literatura. En la película la excusa es una fiesta en la que Peter invitará a sus mejores amigos, a los que no ve desde hace muchos años, a celebrar la Nochevieja en su mansión. Son los amigos entrañables del colegio, con los que representaba obras de teatro y revistas musicales. Juntos se divierten, pero también salen a relucir sus problemas, sus sueños y esperanzas rotas. En la tertulia literaria virtual de ayer por la tarde, Peter nos invitó a conocer el proceso creativo del libro que está a punto de publicar, sus motivaciones más íntimas, la evidente interrelación entre el cine, la música y la literatura. El tren es el escenario que Peter ha elegido para contarnos su historia, a lo Hitchcock (por lo que pedí a nuestro tertuliano y crítico cinematográfico Eduardo Larrocha que nos hable en una próxima tertulia, como hizo durante toda su vida en "El ojo crítico" de RNE, del cine de este otro director inglés, uno de los más grandes de la historia).

Y desde Senegal apareció en la tertulia Pilar Benito y Beatriz lo hizo desde Alemania y también el profesor de literatura de Peter de sus tiempos del instituto en Moguer.

En fin, los amigos de Peter.


martes, 12 de mayo de 2020

"Amar significa no decir nunca lo siento".

No había visto esta película. Había oído hablar de ella, como todo el mundo, y de su famosa frase y lo guapos y tristes que eran sus actores, pero nada más. El otro día la pasaron por TCM, me quedé a verla y lo malo es que me gustó. 

Yo creo que el confinamiento me está pasando factura, y desde el otro día no deja de sonar esta música en mi cabeza: 

Tertulia virtual del Café Gijón del martes 12 de mayo de 2020

El escritor Peter Redwhite va a publicar pronto un nuevo libro y lo queremos celebrar en la tertulia virtual del "Café Gijón" de esta tarde, como siempre a las 18.30.

El otro día me escribió lo siguiente desde su Moguer natal, que es donde le ha cogido este confinamiento: 

"Muy pronto, la editorial Berenice, del Grupo Almuzara, publicará mi nuevo libro "El precio que pagas", un texto a caballo entre la ficción y la no ficción (se podría definir como no ficción dentro de un marco ficticio). Un narrador en primera persona cuenta un viaje en tren desde Huelva a Madrid donde el presente y el pasado se entremezclan. Muchas de las novedades literarias actuales son de auto ficción o biografías noveladas, y me planteo ¿cuál es la frontera entre la vida y la literatura (o el arte en general)? ¿Tiene sentido contar nuestras intimidades sin filtro alguno? Como pretexto para hablar de temas que nos interesan (ficción y no ficción, narrador y autor, el proceso creativo, las diferencias entre el lenguaje de la literatura y los lenguajes del cine o la música), trataré de contestar a estas preguntas. También estaría bien conocer vuestras respuestas".

Le adelanto a Peter mi opinión sobre su pregunta, aunque la conoce porque la he manifestado infinidad de veces. No, no tiene sentido contar sin más ningún tipo de intimidades. Estas pueden interesarle al autor y a su familia y amigos; lo que resulta respetable. A mí lo que me interesa es la literatura, la buena literatura, y esa requiere dos condiciones, saber escribir y tener algo que contar. Se me olvidaban la inteligencia, la sensibilidad y la creatividad. Como sucedió con el primer libro de ficción de Peter, "Cortos americanos" (2013), del que escribí el prólogo y presenté junto a mi buena amiga Sonia Sánchez, que es doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, en el Café Este Oste del barrio de Malasaña (en la fotografía donde también veo al artista Santiago Martínez), que luego se llamaría Puro Teatro. En ese lugar quise hacer mis tertulias unos años, a pesar de que el dueño del Café Gijón (un querido ex alumno) llevaba varios años ofreciéndome su mítico Café. 

Y ahora toca estirar las piernas para seguir viviendo la literatura que quiero escribir.

lunes, 11 de mayo de 2020

"Hablando de Keats en el Paseo de Recoletos".

Acabo de darme un larguísimo paseo de tres horas por el centro de Madrid. Como solo se puede estar una hora, diré que mi hora siempre vale por tres, ya que para eso soy escritor y puedo utilizar las metáforas como quiera. En ese tiempo me he cruzado con tres ex alumnas, una antigua amiga a la que no veía desde hacía bastantes años y al escritor Ángel Rupérez, que fue mi profesor de la asignatura de "Poesía contemporánea" en la Complutense y finalista del Premio Nacional de Poesía el año 1992. Con el paso del tiempo nos hicimos amigos, ha estado varias veces en mi tertulia y he presentado dos de sus libros. A dos metros de distancia nos hemos estado contando unas cuantas cosas personales y además me ha dicho que en febrero sacó en Alianza una antología de las cartas de Keats, uno de los grandes poetas del Romanticismo (Londres, 1795-Roma, 1821), pero no ha podido mover el libro, claro. Me ha contado que en esas cartas se pone de manifiesto cómo Keats dejó la medicina para ser solo poeta. Huérfano de padre desde niño y de madre desde los quince años, trabajó como aprendiz de cirujano y luego estudió Medicina en Londres (se graduó en Farmacia). Su base cultural era sólida. Sus lecturas juveniles de Virgilio le otorgaron una formación clásica, pero quien más le influyó fue su admirado Edmund Spenser. Pese al escaso éxito que tuvo, la publicación en 1817 de su primera obra, "Poems", sirvió para animarle a dedicarse con exclusividad a la literatura. Su siguiente libro, "Endymion" (1818), fue duramente recibido por la crítica, lo que le produjo una depresión que agravó su tuberculosis, enfermedad que lo acompañaría hasta la muerte. Mientras convalecía en casa de un amigo se enamoró de Fanny Brawne, quien le inspiró sus mejores versos, recogidos en el volumen "Lamia, Isabella, The Eve of St. Agnes and Other Poems" (1820). Y en este mismo año embarcó rumbo a Nápoles para intentar recuperarse, pero unos meses más tarde murió en Roma, donde fue enterrado en el cementerio protestante bajo el siguiente epitafio: "Aquí yace alguien cuyo nombre se escribió en el agua". 

(He invitado a Ángel a la tertulia para que nos hable más adelante de este hermoso libro. La única forma que conozco de desescalarme es a través de la inteligencia y la sensibilidad).