martes, 30 de septiembre de 2025

"Os presento a la organista Montserrat Torrent, de 99 años".


 
No sale en las revistas del corazón ni en la TV. No es una política ni una figura mediática y famosa, una influencer o una yutuber. Pero es la gente que me interesa, aquella por la que me olvido de lo cansado que estoy después de un día entero dando clase. 
 
Anoche tocó el órgano de la Basílica Pontifica de San Miguel, en la calle San Justo, en pleno centro de Madrid (allí se casó mi hermano, por cierto), por el 50 aniversario de su reconstrucción. Nació el año 1926 en Barcelona. Su madre, Ángela Serra, discípula de Granados, fue quien le enseñó a tocar el piano, y después estudió en la Escuela Marshall y el Conservatorio Municipal y amplió sus estudios en París y Siena. Y como catedrática de órgano inició su actividad docente y concertística por toda por Europa, Norteamérica y Sudamérica, con especial interés en la recuperación del órgano como un instrumento musical popular. En los 60 se enfrentó a una sociedad misógina con hostilidad a las mujeres. Su grave sordera nunca le impidió estudiar e interpretar nuevas obras. 
 
Fue un placer escucharla.
 
Y ahora voy a divertirme y reírme de lo lindo (¿se puede trabajar de otra forma?) con mis alumnos mientras escucho la voz y la música de Montserrat hablando de su vida y su obra en este otro video en catalán:
 
Y Bach, claro, lo más cerca que se me ocurre de Dios:
 



lunes, 29 de septiembre de 2025

"¿Con quién nos vamos a la cama?"

Cada día que vivimos es una película completa, con su principio, nudo y desenlace, una novela de trescientas páginas que resume nuestra vida.
 
El otro día la valenciana Pilar Sanjuan me escribió: "Justo, eres un auténtico "flâneur", un paseante, caminante o callejero que deambula sin prisa por la ciudad sin rumbo ni objetivo y disfrutando del espectáculo del momento y observando su entorno, ensimismado en los recuerdos de personajes literarios y envuelto en música clásica. Podrías ser un personaje de Baudelaire, con tu amor por París, la ciudad que tanto inspira".
 
En esta foto de ayer estoy, precisamente, paseando por el mundo, el mundo que me gusta, como un flâneur de Baudelaire que diría Pilar, el mundo de la literatura y el cine. Estuve viendo la última película de Paul Thomas Anderson, "Una batalla tras otra", basada en la novela de Thomas Pynchon "Vineland". Otro día hablaré de ella pues antes quiero releerme la novela del escritor norteamericano más complejo y hermético de la segunda mitad del siglo XX.
 
Unos días antes Pilar me envió, igualmente, un poema de Unamuno sobre el placer de leer, perteneciente a su "Romancero" publicado póstumamente:
 
"Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?"
 
Y ahora me tomo un café en este último lunes de septiembre con el recuerdo de la música de una de las películas más icónicas de la historia del cine, con la que me dormí anoche:
 

domingo, 28 de septiembre de 2025

¿Y qué le queda a un escritor?


 





Sus libros.
 
Me paseo por el mundo, por las aulas de las Universidades donde he dado clase, incluso por este mundo virtual y me encuentro con mis libros, mis queridos viejos y jóvenes amigos a los que he dedicado tantas horas de soledad. Es una soledad alegre, creativa, vital, esa parte de la vida en la que te dedicas a contar, gozosamente, en qué ha consistido una vida llena de amor y amistad, de viajes y estudio, y de búsqueda del conocimiento. Estas fotos me las regalaron por aquí hace unos días Mercedes Rodríguez Arias, Almudena Mestre y María Victoria Huertas. Y además de las fotografías están los regalos de las palabras que unen al lector y al escritor, como las de Pedro Saugar Segarra sobre mi novela "Las mentiras inexactas": 
 
"Esto no es una reseña, ni quiere serlo, ni soy quién para pretenderlo. Reconozco que no puedo ser objetivo con Justo Sotelo. Alguien que declara "solo conozco la eternidad de los libros, que es cuando el tiempo se detiene y vives el de los demás" me tiene ganado de antemano, por razones obvias, que acabo de confesar. Y si encima tienes el placer de desayunarte con él cada mañana en las redes, y de empezar el día respirando aire puro a pleno pulmón por esa ventanita que te abre a la cultura y al humanismo, para qué hablar. Así que, sin ni siquiera firmar “el pacto de ficción del buen lector”, me embarqué de cabeza y sin flotador en sus universos paralelos, en las lecturas metaliterarias que navegan por los "pasadizos interiores" de su novela. Y me dejé llevar desde la librería más antigua de Madrid hasta una isla de piratas en el Caribe, fondeando en cada rincón de ese maravilloso viaje de la galería de tripulantes excéntricos con los que el autor homenajea esas “noches de vino y rosas” que, gracias a #lasmentirasinexactas, he disfrutado como un niño, o como un bohemio más, convencido de que entre sus páginas se encuentra el mapa del tesoro. Y de que la novela tiene futuro. Yo de ti me asomaría".
 
Ese mismo día una ex alumna me escribió para decirme que había visto esta entrevista que me habían hecho en una TV hablando de esa novela:
 
Hay que ver qué joven estaba entonces, aunque según mi ex alumna los escritores no tenemos edad.

sábado, 27 de septiembre de 2025

"Mi lado Wilde y mi estilo de mujer


 
A lo largo de mi vida me han dicho muchas veces que les recuerdo a Óscar Wilde. La verdad es que el irlandés es de los escritores con los que no me habría importado comer e invitarlo a mi tertulia del centro de Madrid. Supongo que me lo dicen por mi anticonformismo, lo que me ha llevado a cambiar a menudo de trabajo o a que me echaran ya que no me gusta mandar ni que me manden (suelo hacer lo contrario que me dicen que haga), por mi ironía y particular sentido del humor y por mis permanentes deseos de crear una literatura diferente, un mundo diferente desde la literatura y la Universidad. O con mi propia manera de vivir. Me seduce la idea del "arte por el arte" que resume la obra de Wilde y, como él, admiro a los prerrafaelitas. Me tomo el primer café de esta mañana y observo el "Sueño de día" (1880), de Dante Gabriel Rossetti con su musa Jane Burden Morris, la mujer del poeta William Morris, la joven larguirucha, algo desgarbada y de pelo encrespado que convirtió en una diosa inalcanzable. Jane fue con su hermana a ver una obra de teatro cuando Rossetti y Edward Burne-Jones supieron nada más verla que tenían que retratarla (un teatro, un cine, un Café mientras escribo y miro por la ventana o lo hace ella, la biblioteca, el Metro, el avión, el autobús o tan solo paseando por la calle son los lugares en los que un romántico como yo piensa que deben conocerse las personas). En este cuadro el artista la pintó sobre unos dibujos previos, cuando ella todavía posaba largas horas para él. Y percibo que mantiene el gusto por la pintura renacentista. La vegetación y el vestido se confunden en un tapiz de color verde uniforme. Jane lleva un libro en las manos, lo que alude a su afición por la lectura. Además la flor de madreselva es un símbolo sexual de la pasión del pintor. Ella nunca se separó para no dejar a sus hijas, pero fue la gran confidente de Rossetti, su musa y su eterno deseo. Ella lo quiso con locura. En realidad ambos se quisieron con locura.
 
Aquí están los dos con música de John Barry:
 
Admito que también tengo un "lado kistch", aunque a lo mejor es el mismo lado Wilde. Rossetti creó un modelo de belleza con su cuadro que se extendió por toda Europa y todavía sigue perdurando. Con su cara delgada y pálida, su largo pelo oscuro y su apariencia de mujer reservada, Jane representaba un tipo de belleza alternativa a la de las mujeres despampanantes de la época, esas bellezas tradicionales de mejillas rosadas y cabellos dorados. 
 
También admito que es el que me gusta a mí.

viernes, 26 de septiembre de 2025

"Cuando la amistad vale por tres".



 






¿Te tomas un café, Justo? Me preguntó Silvia López el otro día, y ayer me fui a desayunar con ella. Silvia es la bondad hecha mujer. No pide nada, no busca nada, no te utiliza, no quiere sacar nada de ti ni de nadie. Silvia es la Naturaleza hecha mujer de su tierra de Olot, en Girona, llena de volcanes en calma.
 
¿Cuáles son las primeras palabras que se dicen los buenos amigos, aunque haga tiempo que no se vean?
 
Exacto: ¿dónde lo habíamos dejado la última vez? Ella añadió que me seguía viendo muy sexy recordando, supongo, una foto que me hice una vez delante de un cartel que ponía "leer es sexy". Yo le dije que necesitaba gafas, jeje.
 
Cuando volvía en el coche, puse Radio Clásica, mi compañera desde que tengo uso de razón. Aunque esté en otro país siempre busco la emisora de música clásica. En ese momento la habitación del hotel se ilumina y sé que estoy en casa. Acababa de comenzar la Obertura de "Los esclavos felices", de Arriga, que podría haber sido el mayor compositor romántico español de no morir tan joven. Aun así conoció la música de Haydn, Mozart, Rossini y Beethoven, y me parece estar escuchando a Schubert. Había nacido en Bilbao el año 1806 y murió en París en 1826. Empezó a componer música con 11 años, y con 16 se fue a estudiar a París:
 
La buena música no conoce fronteras y tampoco la conoce la buena amistad entre una catalana y un madrileño. Eso sí, ella me reconoció ayer que Madrid es la ciudad más bonita de España.
 
Por cierto, ¿qué foto os gusta más de las tres?

jueves, 25 de septiembre de 2025

"Retrato de una mujer enamorada".


 
En mis novelas hablo mucho de amor, del amor en cualquier edad. Es uno de los grandes misterios de los seres humanos. Creo que es uno de los motivos por los que escribo, para intentar contar cómo ve el amor cualquier persona.
 
Ayer estaba en un descanso entre clase y clase en mi Universidad y me acordé de otra profesora universitaria, uno de los personajes que más quiero. Nora Acosta es profesora de literatura de la Universidad Complutense que tiene cincuenta y tantos años, y se enamora de su alumno Sergio Barrios, un joven librero de la plaza Santa Ana, en el centro de Madrid.
 
"Esa noche su sangre se transformó en energía femenina y masculina, una especie de vino que se bebieron la luna y el sol, y eliminó las arrugas de su rostro y de su vientre. Desconocía cuánto tiempo había estado tumbada, desnuda, sin dejar de sudar. El camisón, arrugado y sucio, se había caído al suelo. Su cabeza giraba como una noria sin control, pero aun así encendió la radio. Había dormido toda la tarde y toda la noche. Se tomó una aspirina y un café, y se encontró mejor. El rostro de Sergio se hinchaba en su mente como un gigantesco neumático de automóvil, y hasta oía su vasto e inmenso deseo de aplastar el universo con su fuerza. Había sangre en la sábana. Se llevó la mano a la frente, y no sintió las décimas de fiebre que demolían las paredes de su conciencia. Trató de calmarse con un segundo café, y después buscó sin éxito un paquete de cigarrillos. De lo más hondo de su corazón salió una sonrisa dirigida a las manchas fugaces, como su regla interminable; era una sonrisa enferma, a un paso del delirio. O se había vuelto loca, y veía visiones, o la sinrazón cegaba sus pupilas con los rasgos de ese crío. Se encerró en el cuarto de baño. Tocaba su cuerpo, pero no le pertenecía, intentaba limpiarlo, pero nuevas carcajadas se desplomaban en las esquinas de su garganta. Se vistió, y se sentó otra vez en la cama. Las paredes de la habitación se le caían encima. No podía permanecer más tiempo allí dentro, no tenía ningún sentido, tenía que fumar y pensar. Necesitaba explicarse qué había ocurrido con su cuerpo y, más que nada, con su mente (con el deseo de su mente). Se dirigió al restaurante de Princesa. Las calles estaban vacías; los barrenderos las limpiaban con cuidado, como si fueran suyas, confiriendo a su trabajo una dignidad manifiesta. Por los arcos de Moncloa se movía un camión del Ayuntamiento tratando de quitar con alocados chorros de agua la grasa de los coches. Tuvo que esperar unos minutos sentada en un banco hasta que abrieran el restaurante. Después de empujar la puerta de cristal, se dirigió como una autómata hacia la máquina de tabaco. La cafetera aún no estaba preparada, y apuró dos vasos de agua para apaciguar el resquemor de su garganta. Unos minutos después se bebió un café solo de un trago, y comenzó a fumar casi temblando. Por fin, empezó a encontrarse mejor. ¿Qué es lo que tenía que hacer, se preguntó mirando a la calle, volver a la librería y declararle su amor? Sergio no era más que un ególatra cuyo único afán consistía en mantener vivo su mundo. ¿Acaso podía considerarse una de sus amigas? ¿Qué podía aportarle a esas alturas de su vida? ¿No sería para él un sucedáneo de su padre, o de esa madre de la que le daba miedo hablar? Entonces, ¿por qué le había besado y acariciado? Era deseo, por supuesto, todavía podía despertar deseo en un hombre... La librería era el centro del mundo para un grupo de personas, y empezaba a serlo para ella por culpa de un muchacho de veintitantos años. Todo ello saltando de una casilla a otra en el juego. Sergio Barrios, Miguel Ángel Andés, Raúl Torres, Albertina Duarte, María José Castillo, Pepe Utrera, Elena Estrada, Dominic Yanes, Magda Rubio, Anselmo Xiles (...) ¿En qué casilla de la rayuela colocarían Oliveira, o Cortázar, ese interés por recuperar la alegría? ¿Ella también podría ser feliz por encima de todo? Ser feliz con la pasión agitando sus sentidos. Pero, ¿qué sabía ella de Sergio? Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estoqueada en mitad del patio... ¡Estoqueada en mitad del patio! Como si ella tuviera derecho a reprocharle nada a nadie, ni siquiera a Cortázar. Podía repetir la edad de los filósofos griegos. Sócrates había vivido sesenta años, Aristóteles lo había hecho sesenta y tres, Anaxágoras setenta y dos, Pitágoras ochenta o noventa, Platón ochenta y uno, Diógenes noventa, Demócrito cien o ciento nueve... Su inocencia se perdía en un día interminable en compañía de un crío (...)
 
("Las mentiras inexactas", 2012, Izana, Madrid, pp. 106-109).
 
Ahora no lo recuerdo, mientras me tomo el primer café de la mañana, pero seguramente Albinoni puso música al otoño y al amor de esta mujer de cincuenta y tantos años:
 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

"En el jardín de Lope de Vega".


 
Al lado vivieron Cervantes, Góngora y Quevedo, entre otros muchos escritores que fueron apareciendo en mi "jardín" particular desde la niñez. De vez en cuando me voy a leer y a escuchar música a este jardín, como "Cándido o el optimismo" y "Una furtiva lágrima" con la voz de Pavarotti. El libro de Voltaire habla de cultivar "nuestro jardín", una metáfora de la prudencia activa y el trabajo hecho en la realidad, e invita a enfocarse en todo aquello que se puede controlar, con la acción y el esfuerzo personal para mejorar el entorno inmediato y no tanto en el hecho de buscar unas soluciones que sean universales o caer en la desesperación. Estudiando a Lope de Vega en la Facultad de Filosofía y Letras conocí al profesor camerunés Patrick Toumba. A través de él llegué a sus alumnos de la Universidad de Maroua, que leen todos los días estos posts que escribo mientras me tomo un café y que por tanto pasean, de alguna forma, por mi propio jardín a tantos kilómetros de distancia.
 
Y Pavarotti, con su voz angelical: