sábado, 5 de abril de 2025

"Es la primera vez que me llaman interfaz".


 
"Você, por si só é um intertexto. Visão multifacetada que nos inspira a ler e amar tudo o que é bom".
 
Me dijo por aquí hace unos días mi amigo brasileño Rodrigues Cabral Cabral, que es filólogo en lengua portuguesa por la Universidad de São Paulo. Ayer me pasé buena parte de la mañana pensando en esa idea. Hay muchas maneras de vivir, me dije, y todas tienen sentido. Yo he elegido la que se sostiene en brazos de la música y la belleza, la literatura y los viajes, el romanticismo y la armonía, el equilibrio, la delicadeza y la bondad. Recuerdo cuando Joaquín Leguina presentó en el Círculo de Bellas Artes mi novela "Entrevías mon amour" (2009, Bartleby) junto a Fernando Rodríguez Lafuente (director del Cultural del ABCD y codirector de mi tesis sobre Haruki Murakami) y dijo que había dos tipos de escritores, los piadosos y los despiadados, y creo que es evidente dónde me situó. Pues bien, en un mundo virtual la interfaz es algo así como una extensión de la propia mente, lo mismo que el lenguaje afecta a la capacidad cognitiva del ser humano con la palabra escrita. Nos encontramos ante algo muy similar a la catarsis aristotélica, a cómo el otro nos acaba afectando, aunque sea tan solo virtualmente. Somos algo más que unos espectadores, como ocurre en el cine, donde el sujeto se reconoce en lo que no está, el cuadro en el que figura como excluido y muestra su presencia en la escena como si fuera invisible. Rodrigues Cabral se refiere a que establezco "una visión multifacética que nos inspira a leer y amar lo bueno", y a mí esto siempre me sucede cuando escucho a Mahler. Como dijo en cierta ocasión un músico de la Orquesta Sinfónica de Londres "tras interpretar a Mahler me siento orgulloso de ser humano". Creo que Abbado dijo algo parecido:
 
Este domingo la Orquesta Nacional de España toca la Sexta sinfonía en el Auditorio de Música. Este domingo es fiesta para mí, como lo fue escribir durante casi toda mi vida la novela "Poeta en Madrid" (2021, Huso), de apenas cien páginas, y donde Mahler y Beethoven aparecen como personajes (también lo hacen en la portada, junto a los rostros de Shakespeare, Puccini, Joyce, Beckett, Borges, Neruda y yo mismo, una gente que me cae muy bien), dos autores que se olvidaron de lo particular para buscar lo universal en sus obras, algo que defiendo en cualquier manifestación artística.
 
La ciudad amanece. El camión del agua limpia las calles, aunque anoche llovió. Las cafeterías empiezan a abrir. Los jóvenes vuelven a sus casas, si encuentran taxi. Los viajeros se dirigen a las estaciones de autobuses y de trenes. 
 
Es la interfaz de la vida.
 

 



viernes, 4 de abril de 2025

"El escritor en zapatillas".

 
 

 
A veces me quito los zapatos para caminar por el mundo.
 
"En España nos pasamos el tiempo criticando".
 
"Nos domina la envidia y nos alegramos de que a los demás les vaya mal o, al menos, que no les vaya bien".
 
"Si quieres que algo no se sepa, déjalo en manos de los periodistas".
 
"La mujer sigue siendo la víctima, sobre todo la menos agraciada".
 
"La única solución para avanzar como país es la cultura, leer más libros y hacer menos el vago.
 
"La felicidad es un pájaro azul que a veces se posa en nuestra rama, pero luego se va a otra".
 
En "La señorita de Trevélez", de Carlos Arniches, que vi en el teatro el domingo se dicen muchas frases ingeniosas, como las anteriores. En el año 1916 no existían las redes sociales ni Google, Youtube y la Inteligencia Artificial, pero sí escritores inteligentes y humanos, y uno era Arniches. En su obra se encuentran algunos antecedentes de la obra de Lorca, Valle-Inclán y Bardem, y también se observa que el machismo sigue vigente en España. Hoy se habla de las "manadas" y de un machismo que no somos capaces de quitarnos de encima, como en "La señorita de Trevélez", con la gente desocupada que se dedica a criticar y a gastar bromas a los demás.
 
Estas son algunas escenas del montaje del teatro Fernán Gómez de la Plaza de Colón:
 
Y tampoco me importa ponerme en zapatillas para escuchar la gran música (incluso ir descalzo), como la de Brahms y su Sonata 2 para violín que recuerdo con afecto desde que me la regaló el que fuera director de personal del Banco de Bilbao. Pablo González de Amezúa y yo nos hicimos amigos hablando de música; a él le desesperaba la incultura clásica musical de los españoles. Hace años que no lo veo, desde que me aburrí del banco y me marché a la Universidad Carlos III a dar clase, donde solo estuve un par de años porque me pillaba un poco lejos para ir en autobús. Esta es una historia que años más tarde usé para escribir mi primera novela, "La muerte lenta" (1995, Libertarias).
 
Ahora sigo recordando esta música:
 

jueves, 3 de abril de 2025

"Eso de ser importante o no en el mundo de la literatura".


 

No deja de ser sorprendente leer que tu nombre sale al lado de los de Quevedo, Rubén Darío, Garcilaso de la Vega, Pedro Salinas, Emily Dickinson y Mario Benedetti, entre los clásicos, o Ida Vitale, Antonio Manilla y Raquel Lanseros, entre los contemporáneos, a la hora de referirse a la influencia de nuestra obra sobre la de otros escritores. De estas cosas estuve hablando ayer en la comida semanal con mis amigos profesores de toda la vida, y en particular con el poeta José Manuel Suárez, que me dio las gracias por haber hablado el otro día de su obra y el programa de Radio Clásica de RNE donde se incluía. En el almuerzo me llegaron dos alertas de Google refiriéndose a un artículo del periódico leonés La Nueva Crónica, que se hacía eco de la presentación del último libro de poemas de Marta Muñiz Rueda, que hace un par de semanas presentó en una de nuestras tertulias virtuales:

https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/cinco-anos-poesia-hechos-publicacion-marta-muniz-presenta-dos-amantes-en-noroeste_173074_102.html

Hoy amanece una mañana muy romántica, con esa lluvia que casi nos acompaña desde hace varias semanas. La lluvia moja las calles de las ciudades y los caminos de los campos de la misma forma que la literatura y el arte nos cala a algunos las entrañas, como la música de Rachmaninov que tanto nos gusta a Marta y a mí:

https://www.youtube.com/watch?v=1TJvJXyWDYw&t=446s

Como diría Newton, todos caminamos a hombros de gigantes.

Llueve.

martes, 1 de abril de 2025

"El arte es como bailar sevillanas".


 
Ayer por la tarde, después de clase y de pasarme por la Machado (cuántos libros habré comprado en la misma librería cuando estaba un poco más allá y yo salía del Cunef, donde estudié Económicas, la primera carrera que hice) en la que se presentaba una colección de Alianza, "Dos tardes", con libros de Manuel Vilas, Sergio del Molino y Espido Freire dedicados a Kafka, Austen y Roth, y la presentación de Edu Galán, y mientras me dirigía al parking de la Plaza de la Villa de París, donde se encuentra el Tribunal Supremo y antes había una taberna andaluza donde incluso llegué a bailar sevillanas), mi amigo de Zaragoza, el poeta y sacerdote Fernando Vallejo (estoy con él en una de mis tertulias, cuando las hacía en el Café Gijón), me envió por Wasap el documental "Esclavos del arte" donde participa, así que en vez de subirme al coche, me senté un rato en un banco de la plaza y me puse a verlo. En él se dicen cosas como estas:
 
"El arte sana las heridas de la vida, pero deja otras nuevas".
 
"Encima de un escenario se te olvida todo" (como profesor soy bastante actor, y también me ocurre eso).
 
"El arte es como una droga".
 
"El sufrimiento no te ayuda a crear".
 
"Amar amor te deseo".
 
"Hemos perdido los universales".
 
Este es el documental:
 
La verdad es que todo aquello que suene a París, aunque sea una plaza, me llama la atención, y me dejo llevar por la intuición. También me gusta mucho Sevilla y bailar sevillanas; los de Madrid somos así, que nos gusta todo, y no digo nada si además somos de Chamberí, que hasta seríamos capaces de ligar con una vasca, aunque no tengamos ocho apellidos vascos:
 
 
 

 

lunes, 31 de marzo de 2025

"Los domingos teatro, los martes tertulia y jazz todos los días".


 
Ayer por la tarde era el momento ideal para caminar al Teatro Fernán Gómez de la Plaza de Colón, tomando el sol, y ver una de las obras maestras de Carlos Arniches. El jueves pasado fue el Día del Teatro y lo quería conmemorar de algún modo. "La señorita de Trevélez" me continúa pareciendo un texto hermoso y triste que inspiró a Lorca y Bardem, en concreto "Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores" y "Calle Mayor", e incluso el esperpento de "Luces de bohemia" de Valle-Inclán.
 
Me lo pasé muy bien y hablaré otro día de ella porque la obra me pareció actual, aunque se estrenó en el Teatro Lara en 1916, pero terminó casi a las nueve y media de la noche, y me gusta pensar antes de escribir.
 
"La tertulia de los amigos de Justo" será mañana por Zoom, como siempre a las 18.30, y nos iremos hasta Córdoba para hablar con el escritor y profesor Emilio Calvo de Mora de su primera novela publicada (Mahalta). 
 
El otro día me dijo:
 
"He escrito cuentos, poemas, aforismos, un diario y ensayos sobre literatura. Mantengo un blog desde hace media vida, y acabo de escribir una novela. Se llama “Mala fe” y cuenta la vida de un escritor que escribe una novela, que podría ser la suya, pero es la de todos. Porque “Mala fe” habla de la belleza y del pecado, de la paternidad y del milagro de la memoria. La escribí con placer y con dolor, porque no soy un escritor de distancias largas, sino de tramos cortos, donde me manejo con comodidad y desenvoltura. Lo de la novela ha sido una tentativa de infinito. Como si me probara y quisiera resolverme novelista. Porque amo las novelas. Me considero poeta, más que otra cosa, pero mi vida es de naturaleza narrativa. Vivo para escuchar historias o para contarlas. Uno mismo es una novela que los demás leen. Escuchar y que te escuchen: ese es el cometido más hermoso que he conocido. O amar y que te amen. Pero si tuviera que elegir una disciplina artística, la que ocuparía mi existencia si se me pidiese renunciar a las demás, sería la música. Ella es la herramienta que abre todas las cosas cerradas. No hay día en que no tenga a mi Bach o a mi Bill Evans o a mi Frank Sinatra. Si no suenan, suenan en mi cabeza. Creo que la música dice lo que no podría ser expresado sin ella".
 
Y, dicho esto, a mí también me gusta escuchar a Bill Evans mientras me pinto, me lavo el pelo, me afeito, me depilo y esas cosas antes de irme a clase:
 


domingo, 30 de marzo de 2025

"La belleza de la urraca", de José Manuel Suárez.


 

El hecho de que uno de mis amigos sea un poeta místico me permite estar cerca de la belleza espiritual sin alejarme mucho de la mesa a la hora de comer. Ayer dediqué varias horas a pensar en el vuelo de la urraca a través de las palabras de su último libro (2024, Eolas). Y me quedé dormido escuchando un programa de Radio Clásica (RNE) basado en sus relatos cortos, poemas en prosa o destellos poéticos, en el espacio de "Atriles entre los árboles", de Mercedes Menchero Verdugo. Y saqué la foto siguiendo las citas de Gaston Bachelard y Paul Claudel, de Keats y Salvador González, de Carlos Pujol, de Juan Ramón y Muñoz Rojas, de Amin Maalouf.

Son la quietud, la lentitud, el sentido vaporoso de la belleza. Crecer es ir adentro con más huellas, y la música de Bach:

https://rtve-mediavod-lote3.rtve.es/resources/TE_RRTL6AR/mp3/3/4/1742756748543.mp3?idasset=16503822

Y yo estoy contento conmigo mismo, como nos dice Bach en este aria con el que termina la lectura del libro del poeta:

https://www.youtube.com/watch?v=vSltzJYWoaA

Esta noche ha cambiado la hora, pero no lo ha hecho la belleza. En realidad algunas aves no cantan, se desnudan.

 


 

sábado, 29 de marzo de 2025

"Caminando por Lavapiés".


 
A veces, cuando paso por esta calle que va de la Plaza de Lavapiés a Embajadores, me detengo y miro hacia una de las terrazas. Me hago alguna fotografía, como esta misma de ayer, pero no para mostrar mi egocentrismo, como me dicen algunos amigos y menos amigos en el sentido de que siempre me estoy mirando a un espejo. En la casa de la terraza vivió uno de mis grandes amigos bohemios, Miguel Ángel Andés, que perdí hace ya demasiados años, y del que hablé por aquí el otro día a propósito de la fiesta de Entrevías en la que me encontré con su sobrino. Cuando lo conocí en las Cuevas de Sésamo, hablaba con otros amigos de William Blake. Me escuchó, se acercó y soltó sin más "Tú eres un Complutense, muy académico para mí". Y me llamó pijo, progresista de diseño y falso intelectual. Nos hicimos amigos en seguida, aunque me debía llevar veintitantos años, y lo convertí en un personaje de mis libros, que es lo que hago cuando me encuentro con alguien así. Un tipo que me dice las cosas de esta forma merece mi aprecio pues me obliga a replantearme ciertas ideas y a mirarme en el espejo para ver realmente mis defectos. No me gusta que me den siempre la razón, ni que me digan lo guapo e inteligente que soy, lo que me resulta francamente aburrido. Me gusta la gente diferente, la que me invita a su casa y la encuentro llena de cuadros pintados por ellos mismos, de poemas escritos a mano en infinidad de hojas cuadriculadas por todas partes, cuadros que nunca estarán colgados en los museos (me regaló alguno) y que no recibirán millonadas en las subastas, y poemas que tampoco merecerán premios. Esa gente con la que tomo el sol en pelotas en su terraza con naturalidad, con la que hablo de Blake y del "matrimonio del cielo y el infierno". 
 
Gente que me recuerda canciones como "The Drugs Don't Work" y que forman parte de mi vida, aunque ya no estén, porque estarán siempre y yo seguiré escribiendo pensando en ellos: