¿Qué queda de la obra tras la muerte? ¿Merece o no la pena
destruirla? ¿Qué es eso de la inmortalidad del escritor? ¿Hasta qué
punto se puede estar satisfecho de lo que se ha escrito?
Me tomo
un café y sigo releyendo "La muerte de Virgilio", de Broch. Es un
precioso ejemplo de "novela lírica", donde Virgilio se debate entre
destruir o no "La Eneida", dedicada a Augusto. El césar lo acompaña en
sus últimos días de vida y decide no destruirla.
La he leído tres o cuatro veces. Siempre
que lo hago no puedo resistirme a coger "La Eneida" y releerla también.
Parte del espíritu de ambas se encuentra en una de mis novelas "La paz
de febrero".
Por eso, a
veces, no sé si soy Eneas, Virgilio o Broch, si estoy en Madrid,
Cartago, Viena o Nueva York. Si me escapo por el borde de la página en
el viaje de la vida, camino de Roma, del exilio o del sentido de mi
propia existencia.
¿Qué queda al final? ¿Qué seríamos sin el amor, la belleza y la palabra?
¿Qué queda al final? ¿Qué seríamos sin el amor, la belleza y la palabra?
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