Lo que más me atrae de los artistas es la posibilidad de aprender de
ellos. No solo me refiero a la técnica -algo esencial, sobre todo si
la desconozco, como me ocurre con tantas cosas-, sino a esa particular
manera que tienen de enfrentarse con el mundo y la posibilidad de ser
testigo del momento mágico del nacimiento de su obra.
Lo que necesita cualquier escritor para inspirarse y seguir buscando el alma de las cosas es rodearse de magia.
Hay un antes y un después de tocar el Taj Majal con tus propias manos,
dormir varias noches seguidas en el desierto, analizar intelectualmente
"Las meninas", perderte una y otra vez en las páginas más sensuales de
"Rayuela" y dejarte llevar por la marea del primer movimiento de la
Novena Sinfonía de Mahler.
Es el "furor" platónico y también el aristotélico, su "poiesis". Es el paraíso perdido de Milton y el reencontrado de Dante.
Es el arte.
(Y no salir de una película de Woody Allen, como en una de las exposiciones de Johana del año pasado en Madrid, en compañía de Laura Mazapán, José Zurriaga y Silvia López, que es quien hizo la foto).
Es el "furor" platónico y también el aristotélico, su "poiesis". Es el paraíso perdido de Milton y el reencontrado de Dante.
Es el arte.
(Y no salir de una película de Woody Allen, como en una de las exposiciones de Johana del año pasado en Madrid, en compañía de Laura Mazapán, José Zurriaga y Silvia López, que es quien hizo la foto).
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