"Que yo nunca rece para ser preservado de los peligros: sino para alzarme ante ellos y mirarlos cara a cara.
Que no pida la extinción de mi dolor: sino el coraje que me falta para sobreponerme a él.
Que no confíe en aliados en la guerra de la vida sobre el campo de batalla del alma: que solo espere de mí.
Que no implore, espantado, mi salvación: que tenga la fe necesaria para conquistarla.
Dame no ser ingrato: pues a tu misericordia debo mis triunfos.
Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte. ¡Y dame la paz, y dame la guerra!”
Dame no ser ingrato: pues a tu misericordia debo mis triunfos.
Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte. ¡Y dame la paz, y dame la guerra!”
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