Ninguna de las teorías literarias (sintácticas, semióticas, antropológicas, pragmáticas) sirven para explicar ese instante mágico que a veces se produce entre el escritor y el lector.
Mientras ayer por la tarde escuchaba "Tosca" a todo volumen en el coche, Rafaela Marín escribía esto por aquí:
"Desde las impresionantes entrañas de la Sierra de Cazorla he leído tu
último libro. He desgranado los cuentos al lado de las aguas cristalinas
de los riachuelos, bajo la sombra de los pinos milenarios, cubierta por
la amorosa parra al lado de la piscina, a la vera del enebro y el
espliego. Me encantan esos guiños a la literatura, al cine, a la música.
Me divierte esa manera de referirte a ti mismo en tercera persona. En
muchos cuentos he percibido la estela luminosa de nuestra común amiga, o
¿no? Ella está aquí conmigo. Al caer la tarde le leo en voz alta alguno
de mis preferidos y ella asiente con su sonrisa y agitando su leonada
melena.
Es un gran placer leer y saborear tus preciosos cuentos. Me los llevo a casa, pero también se quedan enredados en los árboles, pegados como lapas en los riscos de la montañas... Gracias, Justo, por esta maravilla de libro".
En esos momentos un joven y guapísimo Plácido Domingo cantaba una de las arias más hermosas de la historia de la ópera: https://www.youtube.com/watch?v=_HBcvE8PB6I.
(La foto es una composición de la revista "La Alcazaba").
Es un gran placer leer y saborear tus preciosos cuentos. Me los llevo a casa, pero también se quedan enredados en los árboles, pegados como lapas en los riscos de la montañas... Gracias, Justo, por esta maravilla de libro".
En esos momentos un joven y guapísimo Plácido Domingo cantaba una de las arias más hermosas de la historia de la ópera: https://www.youtube.com/watch?v=_HBcvE8PB6I.
(La foto es una composición de la revista "La Alcazaba").
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