León es uno de mis lugares favoritos de este país. Esa catedral que
es como una vidriera que no terminara nunca, el Barrio Húmedo, el bar
del cuento de más abajo y las bodegas de Valdevimbre y los paisajes de
Babia y Luna, con esos pantanos y pueblos sumergidos que inspiraron la
novela lírica española que más aprecio, "La lluvia amarilla", de Julio
Llamazares. Y su Universidad donde he dado algunas conferencias.
Y mis amigos de allí.
Ahora una leonesa, May Redondo, me envía esta
foto para decirme que está leyendo mis "Cuentos de los otros" entre las
flores, casi como en la mítica película de los hermanos Coen.
"En la trastienda del 13".
"El viaje me había dejado exhausto, aunque aproveché el silencio del vagón para terminar de escribir mi cuento del siguiente viernes. Me hacía feliz que el libro fuera creciendo a la misma velocidad que el tren.
Ella me esperaba en la estación y me llevó en coche al centro de la ciudad. Media hora después nos acomodamos en la barra del bar y pedimos dos vinos. Allí se reunía todo el mundo los fines de semana, me dijo con unos ojos brillantes. Había cuadros antiguos colgados en las paredes y diferentes objetos del siglo XIX.
Tras dos o tres vinos me fijé en una joven sentada a una mesa. Me acerqué a ella. La joven se giró y su mirada indiferente se transformó en una mezcla de desprecio y odio. ¿No me reconoces?, le pregunté. Claro que sí, se limitó a responder mirando a su acompañante, y añadió: Desgraciadamente, te conozco demasiado bien. ¿Nos podemos dar un beso después de tanto tiempo?, mantuve la sonrisa. Lo mejor será que volvamos a decirnos adiós, dijo ella mientras su acompañante se levantaba agitando las manos en actitud amenazante.
Mi amiga me cogió del brazo y me sacó a la calle.
Seguía lloviendo, pero me sentó bien que el agua se deslizara por mi rostro, como el tiempo a través del espacio invisible del desamor".
(Ahora que lo pienso, no recuerdo si esta historia es real o no. El caso es que en el viaje de vuelta en el AVE me encontré con el escritor cordobés Vicente Luis Mora y en Chamartín compartimos un taxi hasta el centro de Madrid. Eso sí es cierto).
"El viaje me había dejado exhausto, aunque aproveché el silencio del vagón para terminar de escribir mi cuento del siguiente viernes. Me hacía feliz que el libro fuera creciendo a la misma velocidad que el tren.
Ella me esperaba en la estación y me llevó en coche al centro de la ciudad. Media hora después nos acomodamos en la barra del bar y pedimos dos vinos. Allí se reunía todo el mundo los fines de semana, me dijo con unos ojos brillantes. Había cuadros antiguos colgados en las paredes y diferentes objetos del siglo XIX.
Tras dos o tres vinos me fijé en una joven sentada a una mesa. Me acerqué a ella. La joven se giró y su mirada indiferente se transformó en una mezcla de desprecio y odio. ¿No me reconoces?, le pregunté. Claro que sí, se limitó a responder mirando a su acompañante, y añadió: Desgraciadamente, te conozco demasiado bien. ¿Nos podemos dar un beso después de tanto tiempo?, mantuve la sonrisa. Lo mejor será que volvamos a decirnos adiós, dijo ella mientras su acompañante se levantaba agitando las manos en actitud amenazante.
Mi amiga me cogió del brazo y me sacó a la calle.
Seguía lloviendo, pero me sentó bien que el agua se deslizara por mi rostro, como el tiempo a través del espacio invisible del desamor".
(Ahora que lo pienso, no recuerdo si esta historia es real o no. El caso es que en el viaje de vuelta en el AVE me encontré con el escritor cordobés Vicente Luis Mora y en Chamartín compartimos un taxi hasta el centro de Madrid. Eso sí es cierto).
No hay comentarios:
Publicar un comentario