Hace unas semanas entré en una tienda de la calle Serrano de Madrid,
cerca de Goya, que me gusta mucho. Buscaba un foulard para un regalo.
Tras atravesar el umbral de la puerta y mirar alrededor me senté en un
sillón rojo de terciopelo con flores. Junto a mí había dos mujeres de
cuarenta y tantos años hablando de sus cosas. Como cualquier novelista
que se precie, me puse a escucharlas con interés.
Imaginaba que hablarían de trivialidades, quizá de asuntos de actualidad, y lo que
menos podía sospechar es que aquellas mujeres de la típica burguesía
madrileña se refirieran a "Eva al desnudo", la obra maestra de Joseph L.
Mankievicz, del año 1950. Aparte de ser, históricamente, la película
que más nominaciones ha tenido a los Oscar (años después sus 14
nominaciones serían alcanzadas por "Titanic" y "La la land"), posee uno
de los guiones más geniales de la historia. Refleja, a la perfección,
con tanta crueldad como inteligencia, la hoguera de las vanidades (que
diría Tom Wolfe) del mundo del teatro, que podría aplicarse a la
política, la economía, el arte o la mismísima literatura.
En cierto momento la "más" mayor dice a la "más" joven (permítaseme la
licencia, ya que después de todo uno es de Chamberí): "Es curiosa la
carrera de una mujer. Las cosas de las que te deshaces para ir más
rápido. Olvidas que volverás a necesitarlas cuando vuelvas a ser una
mujer. Esa es la carrera que todas las mujeres tenemos en común, nos
guste o no. Ser mujeres. Antes o después debemos poner gran empeño en
ello".
Cuando me trajeron el pañuelo que me gustaba pregunté a esas señoras qué les parecía. Sonrieron al unísono y me alargaron la mano. Hice como que se las besaba. Luego se levantaron y la más joven dijo: "Yo no me preocuparía mucho por tu corazón, ya que siempre puedes poner ese foulard en su lugar".
Se dieron la vuelta y salieron a la calle.
Cuando me trajeron el pañuelo que me gustaba pregunté a esas señoras qué les parecía. Sonrieron al unísono y me alargaron la mano. Hice como que se las besaba. Luego se levantaron y la más joven dijo: "Yo no me preocuparía mucho por tu corazón, ya que siempre puedes poner ese foulard en su lugar".
Se dieron la vuelta y salieron a la calle.
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