viernes, 13 de junio de 2025

"Si no te conociera, pensaría que eres como el tío Oswald, de Roald Dahl".


 
Del gobierno no voy a hablar puesto que son cosas que me parecen demasiado cutres y poco literarias e intelectuales, así que, mientras me tomo el primer café de esta bella mañana, me apetece quedarme en la frase que me dijo el otro día el escritor Fausto Guerra en alusión al post que escribí sobre el "escritor coqueto". Conocí a Fausto hace unos años cuando presenté uno de sus libros en el Casino de Madrid al lado de Sol (en la copa posterior que nos sirvieron en la terraza de un hotel de la Gran Vía conocí a la escritora asturiana Patricia José Álvarez y nos hicimos buenos amigos, hasta el punto de incluirla en "Un hombre que se parecía a Al Pacino"). A Dahl lo conocía por sus libros infantiles llevados al cine, "Charlie y la fábrica de chocolate" y "Matilda", pero no había leído esta novela. Oswald es un millonario esteta, bon vivant y donjuán cuya vida amorosa deja en pañales a la de Casanova. Su sobrino y transcriptor de sus diarios dice de él ya desde la primera página que es "el mayor fornicador de todos los tiempos". Muy joven empieza a amasar su fabulosa fortuna con el polvo de escarabajo sudanés que le sirve para inventar unas píldoras de extraordinarias virtudes afrodisíacas. Con ello funda un "banco de esperma" y, en compañía de la excitante Yasmin, parte en busca de celebridades, cuyo semen congelado será adquirido a precio de oro por acaudaladas clientas, ansiosas de tener retoños con pedigrí. En este peculiar safari, las aventuras picarescas, a veces escabrosas, otras delirantes, se suceden a un ritmo trepidante. Yasmin seducirá a Stravinsky, Renoir, Proust, Picasso, Nijinski, Joyce, Freud, Einstein, etc.
 
Evidentemente, Fausto me conoce bien.
 
Lo curioso es que se llama como el mítico personaje de Goethe que vendió su alma al diablo para enamorar a Margarita y ser inmortal. Me quedé anonadado cuando leí con veinte años (me lo puse como obligación) la segunda parte del "Fausto". Algo parecido tuvo que ocurrirle a Mahler, puesto que incluyó el final en su Octava sinfonía. Casualmente, el domingo voy a escuchar el "Fausto" de Schumann en el Auditorio Nacional para acabar la temporada. Es la apoteosis del Romanticismo:
 

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