viernes, 29 de diciembre de 2017

Leyendo a la "antipoeta" Marianne Moore.

Hay una poeta norteamericana que nació en el mismo lugar que Eliot, pero un año antes, y murió el mismo año que Pound, aunque muy lejos de Venecia. Se llama Marianne Moore (1887-1972) y se la considera la poeta norteamericana más radical de su país, después de Emily Dickinson, la "antipoeta" por antonomasia.

En su día llegué hasta ella a través de los análisis críticos que hizo de Djuna Barnes, de la que hablé por aquí el otro día.

Compañera de generación de Wallace Stevens y William Carlos Williams, creó un universo poético propio a partir del mundo natural. Llenó su poesía de imágenes y símbolos turbadores de gran belleza y persuasión. Entre sus admiradores están Eliot, Pound, Auden, Ortega y Picasso. Moore posee una poética feminista que rompió con la tradición literaria patriarcal de la época. Ella no quiere hablar de sí misma ni caer en lo confesional, por eso basa su poesía en la polifonía y el collage, en la reutilización de citas y el reciclaje de materiales lingüísticos. Aunque no se la entendió en su época, hoy es considerada una de las poetas más influyentes de la poesía en lengua inglesa.

Este es su poema "El héroe", traducido por Olivia de Miguel, la profesora de la Pompeu Fabra que tradujo su obra completa para Lumen en 2010. El prólogo es suyo y el epílogo de Eliot.

"Donde nos apetece, vamos.
Donde el suelo es áspero; donde hay
malas hierbas altas como frijoles,
dientes hipodérmicos de serpiente, o
el viento trae la «voz espantaniños»
desde el descuidado tejo con
los semipreciosos ojos felinos del búho-
despierto, dormido, «orejas erectas erguidas en finas puntas»-,
en tales lugares el amor no florecerá.

No nos gustan ciertas cosas, y al héroe
tampoco; ni las lápidas extravagantes
ni la incertidumbre,
ir donde no se desea
ir; sufrir y no decirlo;
quedarse escuchando donde algo
se oculta. El héroe se encoge ante
lo que se precipita con aleteo amortiguado y un par
de ojos amarillos –de aquí para allá-

con un trino vibrante y acuoso, bajo,
alto, con gorjeos en basso falsetto
hasta que la piel se eriza.
Jacob agonizante preguntó
a José: ¿Quiénes son estos? y bendijo
a ambos hijos, más al más joven, irritando a José.
Y a su vez, José irritaba a otros.
Y también Cincinato, Regulo y algunos de nuestros
compatriotas, se han sentido, aunque piadosos,

como Pilgrim obligado a caminar despacio
para encontrar su pergamino, cansados pero esperanzados-
sin que la esperanza sea esperanza
hasta que toda base para la esperanza se ha
desvanecido; e indulgentes, considerando
el error de sus semejantes con los
sentimientos de una madre-
mujer o gata. El correcto Negro de levita
junto a la gruta

contesta a la intrépida turista que visita el lugar
y pregunta al hombre que la acompaña: qué es esto,
qué es aquello, dónde está Marta
enterrada; «el general Washington,
allí; su señora, aquí»; hablando como
si representara un papel, sin verla; con
sentido de la dignidad humana
y reverencia por el misterio, de pie como la sombra
del sauce.

Moisés no sería nieto del faraón.
No es lo que como
mi alimento natural,
dice el héroe. Él no sale
a ver paisajes, sino cristal
de roca para ver –el asombroso Greco
rebosante de luz interior- que
no ambiciona nada de lo que ha dejado. A este lo reconoceréis
como el héroe".

(En 1986, John Slatin dijo: "La crítica se ha pasado 60 años aprendiendo a leer a Eliot y Pound, 30 años leyendo a Williams, 20 años leyendo a Stevens. Ahora le toca el turno a Moore". Slatin, J.M. The Savage's Romance: The Poetry of M. Moore, University Parle, Pennsylvania S. U. Park, 1986. En la última foto la poeta está con Auden).




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