Vas paseando lentamente, con la única prisa de la eternidad, hablando
de los efectos del arcoíris de gravedad sobre la melancólica luz de la
tarde, cuando un señor se pone a tocar "La vida en rosa" con su saxofón.
No tienes más remedio que olvidarte de Pynchon y ponerte a
bailar en medio de la plaza, a pesar de que no sea Louis Armstrong quien
toque y cante con su voz rota. Es como bailar uno de mis cuentos o uno
de esos poemas que no sé escribir.
Si es que la vida es una novela que escribo yo:
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