Y me dijeron que tengo una salud de hierro y voy a vivir hasta
aburrirme (también me hablaron mucho de amor, pero esa es otra historia,
interesantísima, por cierto). Yo sonreí, como es obvio, y luego pensé
que debía tocar madera para no sentirme atrapado por el "spleen" de
Baudelaire.
Recuerdo la primera vez que compré en París "Las flores del mal", en francés, en una librería que
todavía existe en la Rive Gauche. Mi percepción de la poesía cambió de
golpe. Creo que maduré en un par de horas con aquellas páginas de color
amarillo. Unos pocos años antes había descubierto la Novena de Mahler y a
Maurice Béjart, el perro andaluz de Buñuel, el cine de Bressons y de
Tarkovsky, el teatro de Valle, las odas de Pound y las novelas de
Faulkner. Y lo mejor es que entendí que me quedaban cientos de mundos
posibles por explorar.