Ayer una mujer encantadora con un estilo increíble, además de ser
bellísima, me dijo uno de esos piropos que siempre me han encantado, que
le gustaba mi cabeza.
Ese comentario me recuerda habitualmente
la anécdota de mi admirada Alma Mahler cuando, hablando sobre la belleza
con un grupo de amigos, dijo que aunque Sócrates fuera feo su cabeza
era hermosa.
Dos días antes, yendo a cenar con ella a uno de los restaurantes más conocidos de Las Palmas, los dueños nos invitaron a una
botella de champán, pues resulta que habían sido mis alumnos en Madrid
hacía unos pocos años. Vamos, recórrete 2000 km para que te terminen
invitando a champán.