sábado, 19 de noviembre de 2016

"Que se mueran los feos".

Con todo mi respeto para los feos, me refiero a la novela del escritor francés Boris Vian, un autor que tanto nos gustaba en los 80 y 90 cuando éramos jóvenes.

Nació en Ville-d'Avray en 1920, dentro de una familia de artistas, y murió en París en 1959. Fue novelista, dramaturgo, poeta, músico de jazz (amigo de Ellington, Davis y Parker), ingeniero, periodista y traductor. Usaba heterónimos y yo aún no he olvidado las lecturas de "La hierba roja", "Escupiré sobre vuestra tumba", "Con las mujeres no hay manera" y "Que se mueran los feos".

La historia de esta última, que he releído estos días, es la siguiente:
"Tras saludar a los amigos y tomar una copa, Rocky Bailey sale del club del viejo Lem a tomar el aire. Una invitación a fumar, un pequeño mareo y Rocky -joven y atractivo deportista californiano- se ve envuelto, sin quererlo, en una turbia historia de experimentos genéticos, luchas entre bandas y misteriosas apariciones y desapariciones de mujeres fatales.

La culpa la tiene el doctor Schultz, empeñado en mejorar a la humanidad hasta convertir a todo el mundo en guapos y estupendos individuos. Sus colaboradores le ayudan a conseguir los mejores óvulos y esperma de California. La idea final, casi empírica, es que si todo el mundo fuera guapo, entonces los ávidos de sexo se cansarían y querrían probar algo nuevo, por lo que la afortunada preferencia sexual serían los feos, la minoría".

Esta novela es una gamberrada descarada, irreverente y muy divertida.

Quizá Boris Vian esté un poco sobrevalorado a estas alturas, pero autores como él nos permitieron leer cosas que no se escribían por aquí (sus libros empezaron a llegar a Madrid en cuentagotas). Nos hicieron ser más rebeldes y situarnos en el mismo contexto de los países de nuestro entorno.

(En la foto se ve a Vian con su primera mujer Michelle Léglise y sus amigos Sartre y Beauvoir, en el Café de Flora, en Saint-Germain-des-Prés).

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