Con todo mi respeto para los feos, me refiero a la novela del
escritor francés Boris Vian, un autor que tanto nos gustaba en los 80 y
90 cuando éramos jóvenes.
Nació en Ville-d'Avray en 1920, dentro
de una familia de artistas, y murió en París en 1959. Fue novelista,
dramaturgo, poeta, músico de jazz (amigo de Ellington, Davis y Parker),
ingeniero, periodista y traductor. Usaba heterónimos y yo aún no he
olvidado las lecturas de "La hierba roja", "Escupiré sobre vuestra tumba", "Con las mujeres no hay manera" y "Que se mueran los feos".
La historia de esta última, que he releído estos días, es la siguiente:
"Tras saludar a los amigos y tomar una copa, Rocky Bailey sale del club
del viejo Lem a tomar el aire. Una invitación a fumar, un pequeño mareo
y Rocky -joven y atractivo deportista californiano- se ve envuelto, sin
quererlo, en una turbia historia de experimentos genéticos, luchas
entre bandas y misteriosas apariciones y desapariciones de mujeres
fatales.
La culpa la tiene el doctor Schultz, empeñado en mejorar
a la humanidad hasta convertir a todo el mundo en guapos y estupendos
individuos. Sus colaboradores le ayudan a conseguir los mejores óvulos y
esperma de California. La idea final, casi empírica, es que si todo el
mundo fuera guapo, entonces los ávidos de sexo se cansarían y querrían
probar algo nuevo, por lo que la afortunada preferencia sexual serían
los feos, la minoría".
Esta novela es una gamberrada descarada, irreverente y muy divertida.
Quizá Boris Vian esté un poco sobrevalorado a estas alturas, pero
autores como él nos permitieron leer cosas que no se escribían por aquí
(sus libros empezaron a llegar a Madrid en cuentagotas). Nos hicieron
ser más rebeldes y situarnos en el mismo contexto de los países de
nuestro entorno.
(En la foto se ve a Vian con su primera mujer
Michelle Léglise y sus amigos Sartre y Beauvoir, en el Café de Flora, en
Saint-Germain-des-Prés).
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