miércoles, 23 de noviembre de 2016

Una historia que sucedió en El Retiro.

Todas las personas tenemos un parque del alma. Eso lo dice uno de mis personajes, pero no recuerdo en qué novela. Está claro que cualquier día me voy a quedar dentro de un libro.

Mi parque es El Retiro. No me ocurre con las Tullerías y los Jardines de Luxemburgo -a pesar de que adoro París, la ciudad más bella-, ni con el Hyde Park y el Central Park o cualquier otro parque que haya podido conocer a lo largo de mi vida.

Ayer, una amiga escritora, Maritza Frade de Paz, me envió el Epílogo de su libro de poesía, donde me cita. Luego diré el motivo.

"El movimiento leve de tus ramas me trae del pasado, suavemente, el recuerdo de un parque con sus centenarios árboles y la figura de un joven con su primer libro de poemas sin editar, en sus manos, que me regaló con la generosidad que da la juventud. Pasado el tiempo, lo encontré de nuevo; era Justo Sotelo, abriéndome las puertas de su Tertulia Literaria, a la vez que las de su amistad".
Maritza volvió a mi vida hace unos diez años (como suele decir otra amiga, nadie se va nunca del todo). Encontró mi teléfono, me llamó, tomamos un café y recuperamos más de media vida en un instante.

Siendo un adolescente le regalé un libro de poemas, en forma de manuscrito. (Muy adolescente tenía que ser porque no recuerdo haber sido nunca poeta). El caso es que estábamos sentados frente al estanque del Palacio de Cristal, uno de mis lugares preferidos del parque. Ella era una hermosa mujer rubia, mayor que yo, pero aun así me acerqué y le regalé el libro, sin que nadie nos hubiera presentado. Luego me di la vuelta, me alejé y no nos volvimos a ver. Maritza mantuvo el manuscrito en su poder todos esos años y de vez en cuando se preguntaba qué habría sido de aquel joven, incluso después de casarse y tener hijos.

¿La vida es literatura o la literatura es la vida?

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