jueves, 4 de diciembre de 2025

¿Qué puede ocurrirme si almuerzo con un filósofo y un poeta?


 
Desde hace más de un cuarto de siglo almuerzo cada semana (más o menos) con algunos de mis amigos y compañeros de Universidad. En esta foto del otro día estoy en el restaurante de Argüelles donde hago mis tertulias con el filósofo Patricio Herráez Barroso y el poeta José Manuel Suárez, ya que no pudieron estar los otros amigos del grupo. Y hablando de filósofos y poetas, mientras me tomo el primer café de esta gélida mañana me viene a la cabeza el poema "El poeta y el filósofo" de León Felipe (Zamora, 1884, México, 1968), al que descubrí siendo un niño por su poema sobre don Quijote. Es lo que tiene haber nacido en una casa que amaba la cultura.
 
"Yo no soy el filósofo.
 
El filósofo dice: Pienso… luego existo.
 
Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo.
 
Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La Poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue: ¡Ay!
 
¡Ay!
 
Este es le verso más antiguo que conocemos. La peregrinación de este ¡Ay! por todas las vicisitudes de la historia, ha sido hasta hoy la Poesía. Un día este ¡Ay! se organiza y santifica. Entonces nace el salmo. Del salmo nace el templo. Y a la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos.
 
Ahora todo se ha roto en el mundo. Todo. Hasta las herramientas del filósofo. Y el salmo ha enloquecido: se ha hecho llanto, grito, aullido, blasfemia… y se ha arrojado de cabeza en el infierno. Aquí están ahora los poetas. Aquí estoy yo por lo menos.
 
Éste es el itinerario de la Poesía por todos los caminos de la Tierra. Creo que no es el mismo que el de la Filosofía. Por lo cual no podrá decirse nunca: éste es un poeta filosófico.
 
Porque la diferencia esencial entre le poeta y el filósofo no está, como se ha creído hasta ahora, en que el poeta hable con verbo rítmico, cristalino y musical, y el filósofo con palabras obstrusas, opacas y doctorales, sino en que el filósofo cree en la razón y el poeta en la locura.
 
El filósofo dice:
Para encontrar la verdad hay que organizar el cerebro.
 
Y el Poeta:
Para encontrar la verdad hay que reventar el cerebro, hay que hacerlo explotar. La verdad está más allá de la caja de música y del gran fichero filosófico.
 
Cuando sentimos que se rompe el cerebro y se quiebra en grito el salmo en la garganta, comenzamos a comprender. Un día averiguamos que en nuestra casa no hay ventanas. Entonces abrimos un gran boquete en la pared y nos escapamos a buscar la luz desnudos, locos y mudos, sin discurso y sin canción.
 
Además, los poetas sabemos muy poco. Somos muy malos estudiantes, no somos inteligentes, somos holgazanes, nos gusta mucho dormir y creemos que hay un atajo escondido para llegar al saber.
 
Y en vez de meditar como el filósofo o de investigar como los sabios, ponemos nuestros grandes problemas en el altar de los oráculos o dejamos que los resuelva aleatoriamente una moneda de diez centavos.
 
Y decimos, por ejemplo: Puesto que no sé quién soy… que lo decida la suerte.
 
¿Cara o cruz?"
 
(En "Del poeta maldito", México, 1944).
 
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Cervantes defiende en el Quijote la libertad por encima de todo, en un sentido filosófico. Refleja el realismo existencial -la necesidad de la ficción para que la vida sea verdaderamente real-, enfrenta a la locura con la cordura, juega con ellas hasta confundirlas y ensancha nuestra mirada obligándonos a ver el mundo desde fuera, desde los ojos de un loco:
 
En fin, escribo sobre estas cosas que están fuera del tiempo y casi del espacio porque quizá sea un escritor que esté tan loco como cuerdo.

 

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