Uno de los muchos efectos positivos de escribir "La paz de febrero",
de la que hablé ayer, fue que me permitió conocer a la escritora
zaragozana Ana María Navales. Un día sonó el teléfono; era Ana, que
acababa de leer la novela. No nos conocíamos, pero estuvimos hablando
dos horas.
Ana María Navales fue novelista, poeta, profesora
universitaria, ensayista y pasará a la historia de nuestra literatura
por haber escrito uno de los libros de
relatos más hermosos que he leído, los "Cuentos de Bloomsbury",
inspirados en Virgina Woolf y su mundo. Lamentablemente, falleció
demasiado pronto y lo único que yo pude hacer fue presentar su novela
póstuma en la librería Rafael Alberti ("El final de una pasión",
Bartleby, 2012), también sobre Blommsbury, junto a su pareja Juan
Domínguez Lasierra y Marta Agudo.
Y dedicarle una de mis novelas.
Aún recuerdo aquellas tardes caminando ambos, lentamente, como si el
tiempo no existiera, por la Gran Vía hablando de Borges, Paz, Salinas,
Sthendal, Galdós, es decir de literatura, que es otra forma de llamar al
amor. O en la estación de Atocha esperando a que saliera su tren de
vuelta a Zaragoza.
Lo que más valoro de Ana son sus consejos.
Solo debes escribir y publicar, Justo, si verdaderamente tienes algo que
decir, me decía. No escribas solo por escribir o para presumir de que
eres escritor, añadía. Nunca dejes de leer ni estudiar para que merezca
la pena leer tus obras. Sé humilde, acepta los consejos de los viejos
escritores, que saben más que tú, y corrige todo lo que tengas que
corregir. Solo así se producirá el pacto con el lector y este te
seguirá, te admirará y te querrá.
Me hago mayor, amigos, porque empiezo a echar de menos a demasiadas personas inteligentes.
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