lunes, 1 de agosto de 2016

"Eres más poema que poeta, lo que siempre le hubiera gustado ser a Gil de Biedma".

Así me definió ayer M Jesús Egmont en mi último post, refiriéndose a la famosísima frase del poeta de Barcelona, lo que me hizo reflexionar unos minutos. Sinceramente, no creo que merezca ese halago. Por supuesto que no soy poema y además no me considero poeta, tan solo un narrador de historias, un contador de sentimientos y sensaciones.

Si algo tiene sentido en la vida es ser "poema" para los demás, para los que alguna vez se han tronchado en la vida (como diría un maravilloso personaje de Murakami en "Tokio blues"), para los que sufren penalidades por razones económicas, políticas, de sexo, raza, religión.

Ser poema es la caricia cada amanecer de la pequeña mano de tu hijo.

Ser poema es ese estado del alma cuando te doy las buenas noches.

Ser poema es resumir la vida en el amor, la belleza, la música, el vuelo libre de los pájaros.

Ser poema es llegar a la morada de Juan de la Cruz y Teresa de Jesús.

Ser poema es lo más cercano a ser dios.

(La foto es del fuerte de la Edad de Hierro del que hablaba en mi último cuento, "Innisfree", al oeste de Irlanda, y donde él y ella desaparecen del tiempo para ser uno subidos a una bicicleta mientras empieza a llover, ya que el agua es el símbolo sexual por excelencia).

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