La primera vez que alguien me llamó "excéntrico" e "intelectual" (las dos cosas a la vez) yo debía de tener alrededor de dieciséis años y mi único delito era llevar un libro de poesía debajo del brazo (en concreto "Arias tristes", de Juan Ramón; en esa época me dio por leer toda la poesía del mundo). Lo hizo mi joven profesora de Química de COU, empeñada en que estudiara una Ingeniería después de obtener el Premio Nacional de Bachillerato y haber sacado matrícula en todas las asignaturas.
Por supuesto que no le hice caso y además me pasé todas las tardes de
ese verano en la Filmoteca Nacional viendo películas de Hitchcock,
Godard, Hawks, Kurosawa, Bergman (¿cuántas veces habré visto "Fresas
salvajes"?), Antonioni, Ford, Rossellini, Mizoguchi, etcétera.
El tiempo no se detiene, las ciudades despiertan, me sigue gustando pasear al amanecer con un libro debajo del brazo y, sobre todo, hacer siempre lo contrario de lo que se espera de mí.
El tiempo no se detiene, las ciudades despiertan, me sigue gustando pasear al amanecer con un libro debajo del brazo y, sobre todo, hacer siempre lo contrario de lo que se espera de mí.
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