miércoles, 26 de junio de 2024

"¿Cuál es el sueño de cualquier escritor?"


 
 
No es ganar dinero o que te regalen premios literarios. Y tampoco es ser famoso o que digan que eres el mejor escritor del mundo. El sueño de cualquier escritor, y cualquier hombre, es que te coman de arriba abajo, jeje. 
 
Esto viene a cuento por lo siguiente.
 
En el post de ayer dije que Juan Murillo Castillejo me había llamado sibarita y Silvia López dijo: "Incluso te han convertido en un Dulce de 3 Chocolates", y compartió la foto de esa tarta con mi rostro en la portada del ensayo de Almudena Mestre sobre mi obra literaria. Me la hicieron ellas dos para celebrar mi cumpleaños durante una tertulia. Y fue cuando respondí a Silvia lo que he escrito más arriba. Siempre digo que Cervantes, Stendhal y Borges, por mencionar a tres grandes escritores de siglos distintos, habrían dado todo lo que tuvieran por parecerse a Lope de Vega, lord Byron y Girondo, que ligaban mucho más que ellos y se llevaban a todas las señoras de calle.
 
Y, desde luego, me gustaría saber quién se llevó a la boca el trozo relativo a los recuerdos de mi tarta de chocolate, esos con los que soñaba unicornios que se escapaban de una novela o una película. La imaginación es producto del inconsciente, eso ya se sabe. ¿Todo es literatura, hasta el inconsciente? En ese sentido recuerdo la obra de Jean Piaget, el psicólogo y epistemólogo suizo que expliqué en la asignatura del "Método científico" a lo largo de varios años. El desarrollo cognitivo es cosa suya. En su opinión el protagonista del aprendizaje es el propio aprendiz y no tanto sus maestros y tutores, y de esa forma destaca la autonomía de cada individuo. Este realiza sus propios esquemas partiendo de la abstracción, ya que todo en la vida es un descubrimiento continuo. Lo que olvidaba Piaget (e incluso a veces me ocurre a mí mismo) es cuanta azúcar puede ponerse al bombón y a la tarta, es decir, el contexto cultural donde la fábrica de chocolate recibe los permisos necesarios para fabricar sueños.
Escribo todo esto mientras escucho la Sinfonía de Berio (1968), con el tercer movimiento y sus citas a Mahler (ya que ayer hablé de su Sexta sinfonía) y las citas a "El innombrable", de Beckett. En "Obra abierta" (1962), Eco propuso que cualquier escrito es infinitamente polisémico. Barthes (1967) afirma que la historia de la literatura debía asumir “la muerte del autor” y abandonar la explicación de una obra mediante el recurso a las intenciones y el contexto de escritura. Jauss e Iser fueron exponentes en este sentido. La música no es la primera de las artes que adopta la apertura de la forma; antes bien recibe la influencia de otras artes, en particular de la literatura. Por ejemplo, Boulez con la obra literaria de Mallarmé; Cage con textos de Joyce, Earle Brown con creaciones plásticas de Calder. Cada uno de estos compositores ofrece una distinta visión indeterminista del proceso creativo en composición. Lo importante es el despliegue de recursos diversos, incluso opuestos entre sí, frente a la tendencia generalizada del discurso determinista. Entre las obras literarias de referencia en cuanto a la apertura de la obra es necesario recordar "Ulises" de Joyce (1922), "Rayuela" de Cortázar (1963) o "Cien Mil Millones de Poemas" de Qeneau (1961).
 
En esto anda mi visión del arte y la ciencia, y por tanto de mi literatura:
 

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