El vanidoso no sabe reír. Está
convencido de que el mundo le debe algo y se lo tiene que pagar. Es un
mundo mal hecho debido al egoísmo y la incultura de los seres humanos y
se dirige a la destrucción. El vanidoso se salva, claro. Sabe que él es
el mejor político, el mejor profesor, el mejor deportista, el mejor
escritor (iba a poner poeta, pero no quiero hacer demasiada sangre a
estas horas). Lo que pasa es que los demás no se lo reconocen porque le
tienen envidia.
En fin, reflexiones que se hace uno durante un interminable viaje en
avión, mientras lee el ensayo "La risa", de Henri Bergson (1859-1941).
Para este filósofo francés, uno de los grandes de la historia, catedrático de Filosofía Moderna, premio Nobel de literatura en 1927 y que, por cierto, fue maestro de Eliot y Machado, la única curación contra la vanidad es la risa. El problema es que ese que siempre se está lamentando no sabe reír, y mucho menos de sí mismo.
Y ya que el otro día mencioné por aquí "El principito", recuerdo uno de sus capítulos:
"El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso-. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.
-¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? -preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.
-¿Tú me admiras mucho, verdad? -preguntó el vanidoso al principito.
-¿Qué significa admirar?
-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje".
(Cuando llegué al aeropuerto miré alrededor para ver cuántas personas se estában riendo o al menos sonriendo).
Para este filósofo francés, uno de los grandes de la historia, catedrático de Filosofía Moderna, premio Nobel de literatura en 1927 y que, por cierto, fue maestro de Eliot y Machado, la única curación contra la vanidad es la risa. El problema es que ese que siempre se está lamentando no sabe reír, y mucho menos de sí mismo.
Y ya que el otro día mencioné por aquí "El principito", recuerdo uno de sus capítulos:
"El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso-. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.
-¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? -preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.
-¿Tú me admiras mucho, verdad? -preguntó el vanidoso al principito.
-¿Qué significa admirar?
-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje".
(Cuando llegué al aeropuerto miré alrededor para ver cuántas personas se estában riendo o al menos sonriendo).
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