Hace unos días me encontré a un profesor que no veía desde hacía
mucho tiempo. Estábamos frente al escaparate de una librería en una de
las calles de Santiago de Compostela, a un paso de la catedral.
Entramos a tomar un café en un bar, pues empezó a llover con fuerza. En
la siguiente media hora hablamos de cosas divertidas y curiosas, de esas
que nos ocurrieron entonces. En cierto momento le pregunté por qué se
había ido a vivir tan lejos de su ciudad; fijó la mirada en mí y me dijo con cierta seriedad:
"Todo el mundo quiere huir de todas partes, ¿no te has dado cuenta? De
la ciudad o del campo, del trabajo, de la vida monótona de cada dia. De
lo que se trata es de escapar, de irse a donde sea. Se supone que en
busca de la libertad, como si la vida fuera una cárcel. Lo que mucha
gente no comprende es que la verdadera cárcel está en nuestro propio
interior y de ahí no es tan fácil escapar".
Al despedirnos le di un abrazo.
Seguía lloviendo.
Al despedirnos le di un abrazo.
Seguía lloviendo.
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