Ayer estaba leyendo la novela de Woody Allen, sentado ricamente en la terraza de un Café de Lavapiés, cuando se sentaron enfrente de mí dos jóvenes norteamericanas. Al principio no les presté atención, pero en cierto momento se pusieron a hablar en inglés con algunas palabras en español. Se referían a lo hermosa y espectacular que era la ciudad de Madrid, llena de personas de todas partes, donde cada cual vestía como le apetecía y nadie se metía con nadie. Llegaron a comparar, en cierto momento, la libertad que se respiraba en Madrid con la de Manhattan, y fue entonces cuando me percaté de que una era guapísima, "y resultaba tan natural como un martini en un ático de lujo -me dijo el narrador de la novela que estaba leyendo, aunque tal vez fuera el camarero-, como tumbada en un pajar de Iowa". De esta manera, Sam, uno de los personajes femeninos de la novela de Allen (el protagonista, Asher Baum, es un escritor sin éxito, al que no le gusta vivir en el campo, mujeriego y admirador de Dostoyevski y Kafka, y que no deja de hablar solo con el lector, mezclándose con el narrador en tercera persona) se convirtió en la chica rubia, y esta se metió, por su parte, entre las páginas de la novela. Poco
después la joven se levantó, se acercó a mí y me preguntó qué estaba
leyendo. Sonreí y le mostré la portada de la novela. Le dije que si le
apetecía sentarse conmigo y que le contaría una historia interesante
sobre la creación, los miedos del escritor, la inseguridad del amor
actual que le iba a gustar. Es como si estuviéramos en alguna de las
películas del escritor, añadí sonriendo. Ella también sonrió, no dejó de
hacerlo en los siguientes minutos. Y ya se sabe lo que ocurre si una
mujer sonríe con tus palabras. Aquella muchacha rubia que había venido
desde Manhattan a Madrid me escuchó con interés mientras yo no dejaba de
hablar, que es una de las cosas que más me gustan, como a Asher Baum y a
Woody Allen.
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Y ahora me tomo un café mientras escucho "Otoño en Nueva York", con la trompeta de Clifford Brown, una de las músicas de la novela, que es casi como estar en Manhattan. ¿O sería Madrid?
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