Samuel Johnson es uno de los grandes críticos del siglo XVIII. Hace unos años se publicó su biografía escrita por James Boswell con un minucioso trabajo de recopilación de los testimonios de muchos de sus contemporáneos, a través de sus conversaciones, traducciones, poemas, cartas, críticas o artículos para revistas. Se llegó a decir que era la biografía perfecta. Sin embargo, de lo que quiero hablar esta mañana de otoño es de lo que opinaba Johnson sobre Shakespeare en el prefacio que escribió al editar sus obras en 1765 (el libro que tengo en la mano en esta foto, editado este verano por Taurus). Lo primero que he observado es su objetividad, aspecto esencial de un crítico que se precie. Johnson no oculta su grandeza y lo considera el mayor escritor de la historia, pero incluye críticas, como que no sigue las unidades de tiempo y espacio, toma los argumentos de otras historias ya contadas y a veces busca solo la espectacularidad sin ningún motivo aparente. Esto me hizo recordar cuando me metí con veintitantos años en la Casa del Libro de la Gran Vía de Madrid y me compré todas las obras de Shakespeare de la editorial Espasa Calpe que encontré por allí. Había visto algunas de sus obras en el cine, el Teatro Real, en forma de óperas, y en los teatros de Madrid, el María Guerrero, el Bellas Artes o el Español, pero después de leer los textos llegué a la misma conclusión que Johnson, Shakespeare es el mayor escritor de la historia.
La música que me venía a la cabeza mientras leía el libro era la del Romeo y Julieta en su versión moderna:
Shakespeare, Bernstein y yo sabemos que a veces un hombre y una mujer solo necesitan mirarse a los ojos para saber lo que es el amor, y luego se cogen de la mano y caminan.
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