Como siempre me han comparado con don Juan, un personaje que estudié en la Universidad Complutense con José Paulino, uno de los mejores profesores que he tenido, a través de toda la historia de la literatura, se me ocurre pensar en lo que diría el mismísimo don Juan de la fotografía que me saqué el otro día en la Casa de México, junto a estas chicas tan sexis, quienes me preguntaron si quería bailar con ellas. Como los años no pasan en balde y debo reconocer que ya no me como ni una rosca en este mundo (ni dos), o no se la come don Juan, tengo que ir pensando en el siguiente mundo porque pienso vivir eternamente. Después de todo soy escritor y por alguna parte se quedarán mis libros, en los que mis personajes han vivido tantas vidas como las que imaginaron Tirso de Molina y Torrente Ballester para don Juan, pasando por Moliére, Mozart, lord Byron y Clarín. Es verdad que me saqué la fotografía y pasé de largo, lo confieso. A mí lo que me gusta es bailar con la princesa del cuento y vivir un cuento de hadas toda la vida. Esto es algo que me propuse desde que abrí mi primer libro siendo un niño. Y luego bailar, por supuesto, no dejar de bailar a cada instante, como este Danzón del mexicano Arturo Márquez interpretado desde París, cómo no, por la bella y sensible directora mexicana Alondra de la Parra, a la que conocí en persona hace poco en el Auditorio Nacional de Música de la calle Príncipe de Vergara:
Eso sí, creo que me pasé con los morritos, jeje.

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