Nuestra
tertulia no tiene ningún prejuicio para desarrollarse y en ese sentido
se parece bastante a la improvisación del jazz como un acto de amor.
Este tema también salió ayer, como si estuviéramos en un Whisky Jazz de
Nueva York, pero en Madrid. Francis Scott Fitzgeral, Ian Fleming y
William Faulkner además de su pasión por la escritura, compartían una
intensa relación con la bebida a la hora de encontrar a su musa:
Algo
así es esta reunión de amigos a los que, entre otras cosas, nos une
nuestra inclinación por la literatura y por el arte en general, una
especie de "casa del padre" donde el "hijo pródigo" siempre tiene un
lugar. Aquí todo el mundo posee una silla para hablar con libertad y
decir lo que le dé la gana, para defender lo que le apetezca y contar
sus sueños. Ayer abracé a Begoña, Antonio, Mariwán, José Antonio,
Mercedes, Juan, Lola, Santiago, Peter, Antonio Benicio, Vicente e
Isabel. Y falto yo, un servidor (para servir a Dios y a usted, señorita,
y a todo el que le apetezca leerme). Ahora que lo pienso, a las ocho y
pico me fui sin firmar a Isabel mi ensayo sobre Murakami. Aunque ella
quiso hablar de este libro, no lo hicimos porque la conversación tomó
otros derroteros, como tiene que ser porque las tertulias no las hago
para hablar de mis libros o no solo eso. Entre la multitud de temas que
salieron en casi dos horas de conversación, de quitarnos unos a otros la
palabra, de intervenir cuando queríamos, etc., estuvo el de "matar al
padre", la famosa "querella entre los modernos y los antiguos" que ha
definido la evolución de la historia de la literatura en los últimos
siglos (al menos en Occidente).
Como
dijo la escritora Lola Walden hacia el final de la tertulia, es muy
difícil ser siempre un genio, mientras que yo me acordaba de Scott
Fitzgerald. Podíamos haber estado en el Hotel Chelsea de Nueva York
donde se reunían Djuna Barnes y otros escritores, pero era el Hotel
Indigo de Madrid.

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