El
otro día una gitana simpática, de esas vestidas de negro de arriba
abajo y un poco entrada en carnes, detuvo mi camino y me alargó una
rosa.
Venga, rey, regálasela a tu novia, me dijo, no seas
desaborío... Sin darme tiempo a decir nada, me miró de arriba abajo y
añadió que era la rosa mágica que nunca se marchita.
La miré con cariño y me hice una foto en el mismo sitio donde la señora estaba apoyada.
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