Cuando viajo suelo sentarme en los cafés y me paso las horas muertas
leyendo, escribiendo y mirando a la gente. Realmente soy un tipo muy
aburrido.
Desde hace mucho tiempo sé que las ciudades son sus
habitantes, los rostros, las alegrías y tristezas de cada uno, como me
enseñaron desde que era un crío las películas de Ford, Hitchcock,
Wilder, Hawks, Coppola, Ray... (En mi vida no sé si he leído más libros o
visto más cine).
El otro día estaba sentado leyendo a Yeats en
una terraza de O´Connell Street, dando vueltas y más vueltas a su poema
"Navegando hacia Bizancio", cuando se sentaron junto a mí un hombre y
una mujer mayores, cogidos de la mano. Y así estuvieron más de media
hora. Solo se soltaron cuando ella acercó la mano de él a sus labios y
la besó lentamente, muy lentamente.
Me puse a pensar entonces en
las marcas de sus rostros, en el motivo de cada una de sus arrugas, y me
parecieron más auténticas que todos los monumentos que veía alrededor.
Busqué el poema "Sueños rotos".
Sin Yeats el "vorticismo" vanguardista de Pound y las obras de Eliot y
Joyce (uno de sus discípulos) no hubieran sido lo mismo. El gran amor de
su vida fue la actriz, sufragista y revolucionaria irlandesa Maud
Gonne, con la que vivió una turbulenta relación durante muchos años.
El poema "Sueños rotos" ("Poesía reunida", Pre-Textos, 2010, en la traducción de Antonio Rivero Taravillo,
amigo de esta red social) es un retrato tardío de Gonne, así como una
meditación desengañada sobre el tiempo y la decadencia de los
sentimientos.
"Hay gris en tu cabello.
Los jóvenes ya no contienen el aliento
a tu paso;
acaso algún anciano te bendiga entre dientes
porque fue tu plegaria
lo que ayudó a curarle en el lecho de muerte.
Tan sólo por tu bien –que todos los pesares del corazón ha conocido,
que todos los pesares del corazón ha procurado,
desde la escasa infancia atesorando
agobiante belleza–, tan sólo por tu bien
el cielo se ha guardado el golpe de su sino,
tan grande su porción en la paz que confieres
con sólo entrar en una sala.
Tu belleza no puede sino dejar entre nosotros
vagos recuerdos, nada sino recuerdos.
Así dirá un muchacho a un viejo cuando los viejos callen:
«Hábleme de esa dama que el poeta
de obstinada pasión cantó para nosotros
cuando la edad más bien debía helar su sangre».
Vagos recuerdos, nada sino recuerdos,
mas en la tumba todos, todos habrán de renovarse.
La certeza de que veré a esa dama
reclinada o en pie o caminando
con la gracia temprana de su sexo,
ante el fervor de mi joven mirada,
ha hecho que balbucee como un necio.
Eras más bella que ninguna,
salvo por un defecto de tu cuerpo:
tus manos, tus pequeñas manos no eran hermosas,
y temo que saldrás corriendo
a hundirlas hasta la muñeca
en ese lago misterioso, siempre colmado,
donde aquellos que obedecieron la ley sagrada
se han sumergido y son perfectos. Deja intactas
las manos que he besado,
por el bien del antiguo bien.
Muere el toque final de medianoche.
Todo el día en la misma silla
de sueño en sueño y rima en rima he deambulado
charlando sin sentido con una imagen de aire:
vagos recuerdos, nada sino recuerdos".
(En la Galería Nacional de Irlanda hay una sección dedicada a él, pero no me dejaron hacer fotos).
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