Siempre he sabido que el presente es eterno, como dijo Parménides, y por eso no dejo de buscar el instante.
Luego leí a Jorge Guillén y supe que el tiempo es capaz de pestañear con el segundo poema de su "Cántico":
"Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas,
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina
entreabre sus pestañas,
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina
de las cosas. La rosa
se llama todavía
hoy rosa, y la memoria
de su tránsito, prisa.
Prisa de vivir más.
A lo largo amor nos alce
esa pujanza agraz
del Instante, tan ágil
que en llegando a su meta
corre a imponer Después.
Alerta, alerta, alerta,
yo seré, yo seré.
¿Y las rosas? Pestañas
cerradas: horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres".
(La gran literatura se pasea por los tejados de la ciudad -la única ciudad que conozco- y nos permite alcanzar el instante cuando el tiempo pestañea y quedan los nombres).
se llama todavía
hoy rosa, y la memoria
de su tránsito, prisa.
Prisa de vivir más.
A lo largo amor nos alce
esa pujanza agraz
del Instante, tan ágil
que en llegando a su meta
corre a imponer Después.
Alerta, alerta, alerta,
yo seré, yo seré.
¿Y las rosas? Pestañas
cerradas: horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres".
(La gran literatura se pasea por los tejados de la ciudad -la única ciudad que conozco- y nos permite alcanzar el instante cuando el tiempo pestañea y quedan los nombres).
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